De bardas, barbas y un “valde”
Humberto Seijas Pittaluga
Alguien que, por lo que veo, me lee desde los
tiempos en que yo escribía acerca de la gramática y el origen, significado y razón de
algunas palabras, me hizo llegar algo que escribió un maracucho, el doctor
Mervy González, hace ya varios años. Es
algo referido a un viejo refrán que todos conocemos: "cuando las bardas de tu vecino veas arder, pon las
tuyas en remojo". Alega el
maracucho que —aunque así es como las personas “con una cultura más o menos
mediana, incluso (…) verdaderos intelectuales” lo enuncian, lo debido es
reemplazar la palabra “bardas” por el sustantivo “barbas”. Alega que “es incongruente y poco racional,
que yo tenga que ‘remojar mi cerca, mi vallado, mi bahareque, en tanto que la
cerca de mi vecino se quema’”.
A fin de “poner las cosas en su lugar”, el autor presenta
alegatos, citas y comentarios apropiados para desmontar “a quienes por moda”
siguen usando “bardas” en lugar de “barbas”.
Y arranca con ejemplos que arrancan en el siglo XV. El inconveniente está en que, entre las citas
que pone, el verbo “pelar” aparece más veces que el “arder”; solo con Benito
Pérez Galdós, ya para acabar el siglo XIX, aparece el refrán usando el verbo
“arder”. Y, lógico, si la acción está
referida al pase de una navaja por los cachetes de alguien, hay que usar:
"afeitar", "rasurar", “pelar” y, con exageración, hasta
“esquilar”. Pero si recordamos que en la
antigüedad, las propiedades no se separaban con alambre de púas ni malla
ciclón, sino mediante setos o vallados —o sea bardas— empieza a parecer más
razonable la forma como escribí inicialmente.
A todas estas, ya el lector (si es que queda alguien que haya
llegado hasta este párrafo) se estará preguntando: “¿Cuál es el piquete que
trae Pittaluga hoy con ese comienzo tan insípido?” Simple: recordar que lo sensato es que
debamos aprender por experiencia ajena; por notar las aflicciones y los padecimientos de los demás para
evitarlos, no encontrarnos en idénticas circunstancias ni caer en los mismos
errores. Porque, si no, sufriremos
idénticas resultantes. El primer ejemplo
que me vino a la mente es el peligro que corre el pueblo español al escuchar
los cantos de sirena de “Podemos”, un partido liderado por gente que recibió
dineros venezolanos concedidos por el difunto para que lo ensalzaran por España
y tratar de que los “logros” de la “revolución pacífica pero armada”
conquistaran Hispania. Ya los mensajes
populistas de que todos tienen derechos pero no obligaciones, que todo estará
mejor cuando no haya ricos y todos sean iguales de pobres, que no hay que ser
empresario porque papá Estado se encargará de alimentarte, están cundiendo en
la península. Mejor sería que andaluces,
gallegos, castellanos y demás grupos hispanos miraran hacia Venezuela y se
fijasen en lo triste de nuestra condición, cómo nos están acabando la
inseguridad y la corrupción, cómo estamos plenos de penurias y escasos de bienes
para la sobrevivencia.
Pero también nosotros debemos haber adquirido bastante
experiencia en eso de seguir votando por individuos muy vehementes cuando hacen
promesas pero que luego, a la hora de administrar y hacerlas buenas, han
resultado más que buchiplumas. Este año,
aprovechando las elecciones legislativas que se nos vienen, tenemos que poner a
remojar las bardas venezolanas. Porque
no es ajena la barda —o la barba, escoja usted— que está en peligro; es la
propia de cada quien. Hace ya más de 2000 años, Horacio nos recomendaba: "Nam tua res
agitur, paries cum proximus ardet, et neglecta solent incendia sumere
vires" (Acciona como si fuese cosa tuya cuando la pared de tu
vecino arde, los fuegos que son descuidados suelen tomar fuerza).
Otrosí
Uno de esos rojos impenitentes que a veces le
escriben a uno criticó mi más reciente artículo porque “la utilización del
lenguaje no es el más apropiado”, pero no le extraña porque “estamos frente a
otro consumado opositor a la Revolución Bolivariana, que utiliza los argumentos
más descabellados posibles, no en valde (sic) (…) aparece usted con una gran
calva”. Y remata con un “siga mintiendo (…) no caemos en más juegos malavares
(sic) del idioma y del falseo de la Historia. Bastante Aprendimos con Chávez”.
Al principio, y en razón de la
ceguera selectiva, supise que el crítico era uno más del montón y pensé
mandarle un par de desplantes como: “soy calvo, a mucha honra; pero usted nunca
ha visto a un burro pelón. Le pongo por
ejemplo al ilegítimo, que tiene bastante pelo”. O preguntarle, por lo
anfibológico de su remate, si lo que aprendió con el inmortal que se murió fue
a caer en juegos malabares. Pero al
googlear al tipo descubrí que es ingeniero.
Supuse, por tanto, que debiera tener algo entre los parietales y hube de
contestarle más macizo. Es muy larga la
respuesta para reproducirla aquí. Solo transcribo un par de frases: “No se dé mala vida por personas como yo, que no
sabemos nada de nada y que no entendemos cómo pueden perderse los billones de dólares
que le han entrado a Venezuela en estos 16 años y que no se ven en obra
tangible”. Y “Si mi ‘lenguaje no es el más apropiado’, ¿cómo considera
entonces usted el de su presidente (alguien que no ha mostrado la partida de
nacimiento todavía), quien le nombra la madre a todo el Poder Legislativo de
España en una cadena?”…
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