#Opinión:
Columna del
General Humberto Seijas Pittaluga @seijaspitt
Sesquipedalia
Creo que no me di a entender
El título viene a cuento porque, a raíz de
mi anterior artículo, “Pecados”, recibí un bombardeo de correos con críticas
por el empleo de algunas frases, especialmente, “la remisión de los pecados”. De entre esa correspondencia, entresaco la de
un exalumno y querido amigo, a quien le reconozco muchos méritos. Según él, “a quien hay que redimir es a la
sociedad venezolana”; “para los causantes de este desastre (…) no puede haber
ni perdón, ni transición, ni redención”; “se redime para compensar una falta y
librar de culpa”. Deberé tratar de
explicar mejor, aunque ya yo había señalado que “los delitos, escándalos, maldades, atropellos, vicios y
abusos cometidos” han sido tantos y tales que habrá que compilar un memorial de
agravios para cobrarles “estas más de dos décadas de desenfrenos y corrupción”
y que “no pueden hacer la vista gorda con Nicky y sus cómplices”.
En lo de la
frase que causó el revuelo, les concedo razón porque dos acepciones del DRAE
para el verbo “redimir” son: “2. tr. Perdonar, alzar la pena, eximir o liberar
de una obligación. 3. tr. Dejar, diferir o suspender”. Quizá mejor hubiese sido emplear “expiación”
porque ese mismo mataburros, explica que “expiar” es: “2. tr. Dicho de un
delincuente: Sufrir la pena impuesta por los tribunales. 3. tr. Padecer
trabajos a causa de desaciertos o malos procederes”. ¡Y mire que sí son delincuentes!
Hago una
digresión que marginalmente toca el tema.
Siempre he pensado que ir al sacerdote a confesar los pecados es igual
que ir al odontólogo para un tratamiento de conducto: desagradable pero
necesario. Porque, como decía Mardoqueo,
el policía de mi pueblo: “cuando toca, toca”.
Después de la muerte de mi esposa, sentí que debía afianzarme más a mi
fe católica y acudí a un confesor.
Antes, hice un examen de conciencia muy minucioso y elaboré una larga
lista de pecados cometidos; capitales, contra los mandamientos tanto de Dios como
de la Iglesia, contra las obras de misericordia, etc. En fin de cuentas, eran como ocho años sin
acercarme al sacramento de la penitencia.
Duré más de veinte minutos enumerándole al cura mis miserias
humanas. Al final, me dio una penitencia
que, a mi modo de ver, era muy leve para toda la catajarra de yerros, infracciones
y omisiones en los que había incurrido.
Y así se lo expresé. Me dijo que
con solo la vergüenza que yo había pasado al desnudarle mi alma, ya tenía
bastante castigo. Como al mes, tuve que
ir a Lima a un congreso y aproveché para visitar lugares que me traían
recuerdos y otros que no conocía. Entre
estos, estaba la iglesia de El Pilar, en San Isidro, que me recomendó ver Alba
de Bortesi, limeña y de esa parroquia.
Acostumbrado a ver los templos del centro, todos construidos durante la
colonia, con una decoración pesada, el ver este, con mucha madera de colores
claros, fue una experiencia. Y como mi
visita coincidió con el comienzo de una misa, decidí quedarme y aprovechar que
había un sacerdote en el confesionario para contar mis errores. Pues la penitencia que me impuso fue
muchísimo mayor que la de mi anterior confesión aunque, ¿qué pudiera haber yo faltado
de manera tan grave, en apenas cuatro semanas, como para merecer tal correctivo?
Regreso al
tema y relaciono lo que acabo de decir con lo que estamos analizando en los dos
primeros párrafos. La expiación de los
delitos (y de los pecados) debe ser proporcional a yerro cometido. Por eso, a esta gente hay que cobrarles mucho,
porque sus prontuarios penales son grosísimos.
No hay artículo del Código Penal que no hayan transgredido en estos
larguísimos veintidós años. Y los de
otras normas. La Ley Contra la
Corrupción les cabe completa. Y el
artículo del Código Orgánico de Justicia Militar sobre traición a la patria —que
los jueces copartidarios nombrados a dedo por el régimen emplean con tanta
energía contra personas que nunca debieron ser reos; de la justicia castrense
mucho menos— sí los retrata completos.
Porque el Art. 464 tipifica como traición a la patria “Facilitar al
enemigo exterior la entrada a la República”, “Practicar actos de hostilidad
contra un país extranjero que expongan a Venezuela a peligro de guerra” y “Entrar
en negociaciones con el enemigo para someter todo o parte del territorio de la
República al dominio absoluto, mandato o protectorado extranjero”. La demostración de ese delito resulta más
fácil que pegarle un tiro a la tierra; basta exponer sus confabulaciones con el
ejército cubano, las FARC y el ELN.
No propicio
la palmadita en la mano contra los que han saqueado el Tesoro y han condenado a
Venezuela a la postración económica. Ni
una mera amonestación para quienes han asesinado, torturado y desaparecido
compatriotas por el solo hecho de opinar diferente a lo que es el credo que nos
quieren imponer. Ni una admonición
contra los que han depauperado al país propiciando la huida de más de cinco
millones de venezolanos a otras tierras y la fuga de cerebros, que son
gravísimas para el desarrollo futuro del país.
Tienen que pagar sus muchos delitos; los mencionados y los que omito
pero que fueron cometidos. Con esa gente
no puede haber perdón. Con los
roba-gallinas habrá que vivir porque no hay tantos espacios en las
cárceles. Para ellos, vaya solo el
vituperio y el desprecio de sus paisanos.
Pero para los protagonistas del saqueo y las matazones, ¡que les caiga completo
el peso de la Ley!
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