68 años del asesinato de Leonardo Ruiz Pineda,
el hombre que organizó la Resistencia contra el gobierno de Pérez Jiménez
Hoy 21 de octubre, se conmemoran
68 años del asesinato de Leonardo Ruiz Pineda, ocurrido a manos de los
agentes de la Seguridad Nacional el 21 de octubre de 1952.
Muchos son los venezolanos que coinciden en
asegurar que de no haber muerto Leonardo, Acción Democrática jamás se hubiese
desviado de sus luchas por el ideal primario de darle al pueblo venezolano un
instrumento político capaz de garantizar las reivindicaciones que se anhelaban
en aquella época; sin dejar de mencionar, a los que creen firmemente que Ruiz
Pineda hubiese sido candidato presidencial, primero que algunos de los que
llegaron a esa importante instancia.
La gran red que organizó Ruiz Pineda para
enfrentar al régimen de Marcos Evangelista Pérez Jiménez, no tuvo nada que
envidiarle a la “Resistencia”, que polacos, británicos y otros ciudadanos
europeos, constituyeron en su momento para enfrentar la amenaza Nazi; tanto
así, que se convirtió en un verdadero “dolor de cabeza” para la Seguridad
Nacional y su jefe, Pedro Estrada, considerado como uno de los mejores policías
de aquel momento a nivel mundial.
Mientras otros dirigentes estaban en el exilio,
Leonardo junto a Alberto Carnevalli, Antonio Pinto Salinas y un sin
número de héroes civiles anónimos, sembraron la semilla de la Libertad y
sentaron las bases de la insurrección popular del 23 de Enero, organizando todo
un ejército de combatientes contra la dictadura de entonces.
“Leonardo vivo era un soldado invisible.
Leonardo muerto es un soldado invencible”, dijo el poeta Andrés Eloy Blanco,
tras el homicidio de Ruiz Pineda quien fue abogado, escritor, periodista y
doctor en ciencias políticas, pero, sobre todo, se destacó como luchador por
los derechos humanos y por la justicia social. Fundador del partido Acción
Democrática (AD), del cual fue secretario general, se le conoció como uno de
los máximos dirigentes de la resistencia, entre 1949 y 1952.
En esa época de clandestinidad, se dedicó a
desenmascarar al régimen, mediante la investigación y la denuncia de las
violaciones a los derechos humanos. También puso en evidencia la corrupción
administrativa. Plasmó ese trabajo en el “Libro Negro de la Dictadura”, de
cuya edición y confección se encargó personalmente. “Este libro es un fragmento
de negra historia venezolana, testimonio de conmoción violenta de la república;
escrito en un alto de la batalla entre la nación que reclama libertades, y la
camarilla que usurpó su soberanía”, señaló en el prólogo de la obra.
Incontables textos dan cuenta del coraje de
Ruiz Pineda quien, pese a la persecución contra él y sus compañeros de partido,
no abandonaba su empeño para que en el país imperaran la democracia, la
justicia y la libertad. El día que lo asesinaron se dirigía a una reunión con
otros dirigentes de AD para hacer un llamado nacional a la abstención en unas
elecciones amañadas que el dictador pautó para legitimarse el 30 de noviembre
de 1952. Cuando iba por San Agustín del Sur, en Caracas, pasadas las 8 pm, fue
emboscado por esbirros de la Seguridad Nacional que lo mataron a
tiros.
Según analistas, la muerte de Ruiz Pineda, lejos de darle al gobierno la paz que soñaba, se convirtió en su peor tormento, pues ese episodio marcó el endurecimiento de las acciones de quienes luchaban en la clandestinidad y, además, generó descontento en el pueblo que reconocía el liderazgo del joven político.
Sobre Leonardo Ruiz Pineda escribió Simón
Alberto Consalvi:
“Leonardo Ruiz Pineda fue asesinado en una
calle de San Agustín del Sur el 21 de octubre de 1952. Desde inicios de 1949,
cuando fue liberado de la cárcel después del golpe militar contra Rómulo
Gallegos del 24 de noviembre, fue el secretario general de Acción Democrática
en la clandestinidad. Han transcurrido 60 años, los sucesos políticos se han
atropellado los unos a los otros, y, por lo general, escasea el tiempo para
pensar en quienes, como Leonardo, se obstinaron en entregar su vida a la
construcción de la democracia en Venezuela.
No hay cómo imaginar la deuda que la nación
tiene con esos hombres singulares que combatieron sin pausa y sin miedo, que
optaron por la resistencia clandestina como una manera de enfrentar a la fuerza
bruta. Fui amigo de Leonardo desde mis tiempos de liceísta en San Cristóbal,
cuando él era profesor y presidente del estado Táchira, y lo acompañé en el CEN
clandestino.
En la Cárcel Modelo, Leonardo comenzó a
escribir su autobiografía. No quería ser sino escritor: “Entonces fui ganado
definitivamente por un comienzo de orientación que despertaba en mí, brumoso,
vago. Mis poemas perdieron el acento melancólico que le daban tono de
sentimental congoja, tomé el estilo de ‘vanguardia’, ‘sugerente’, como entonces
era calificado. Escribí poemas, variados y numerosos poemas… escribí cuentos,
numerosos cuentos”.
Pero como a otros jóvenes, a la muerte de
Gómez, el destino le señaló el arduo camino de la política. “Entonces –dijo–,
no acertaba a prever el proceso de sacudimiento colectivo que viviría Venezuela
al desaparecer el jefe del régimen político en torno al cual gravitaba aquella
edad oscura de atraso e incultura”.
Retengamos estas líneas finales de su confesión
inconclusa, escritas en diciembre del 48 en la prisión y que relatan su llegada
a la capital: “Cargado de esos confusos y complejos pensamientos llegué a las
puertas de Caracas una tarde de septiembre de 1933, a los 17 años de edad.
Entraba en mi ciudad madre, la que luego formaría a su imagen y semejanza el
contorno de mi nueva vida. La ciudad alegre, enervada de juvenil
desgaire, desbordante de esa imponderable fuerza espiritual que fluye en la
sonrisa de sus mujeres y en el ademán acogedor de su regazo, abría sus brazos
cálidos para recibir al anónimo estudiante provinciano que golpeaba sus puertas
cargado de maletas, sueños y esperanzas”.
El joven Ruiz Pineda llega a Caracas para
observar lo que llamó “sacudimiento colectivo”, y a partir de 1936 reparte el
tiempo entre sus estudios de Ciencias Políticas en la UCV y la primera
militancia clandestina bajo el régimen de López Contreras que no le dio tregua
a los partidos que tuvieron que formarse contra viento y marea, como el PDN,
que dio origen a AD. Leonardo escribe y lee, y ya desde entonces se
destaca por su oratoria elegante y fluida, por su talante siempre grato.
En los años cuarenta regresó a San Cristóbal,
fundó el diario Fronteras, y sus escritos políticos se consagraron por su
profundidad, su agudeza y su estilo imaginativo. Recuerdo de modo especial sus
“Ventanas al mundo” contra el fascismo en la guerra europea, sobre la reforma
constitucional y la necesidad de que se consagrara la elección directa de los presidentes
de la República. En la tierra de los caudillos militares del siglo, donde había
campeado la ferocidad y la barbarie de Eustoquio Gómez, Leonardo fue la
expresión, junto con su amigo Ramón J. Velásquez, de una alternativa civilizada
y contemporánea de la política.
En 1948, Rómulo Gallegos lo designó ministro. Y
en esos trances a Leonardo lo sorprendió el 24 de noviembre, la conjura de
civiles y militares que frustró la presidencia del gran escritor. Y entonces
fue a la cárcel, y de la cárcel a la resistencia y a la clandestinidad, única
alternativa para la batalla incesante por la libertad. El último de sus
escritos fue el prólogo al Libro negro, Venezuela bajo el signo del terror,
aparecido el mes de su muerte.
“Este libro –dijo– es un fragmento de una negra
historia venezolana, testimonio de conmoción violenta de la República, escrito
en un alto de la batalla entre la nación que reclama libertades y la camarilla
que usurpó su soberanía. (…) Este libro ofrece los testimonios de esa pugna, de
la violencia criminal de un régimen sin normas éticas y políticas y de la
voluntad de sacrificio de quienes se enfrentan a él”.
Muy poco después de la
muerte de Leonardo, Rómulo Gallegos dijo en México: “Yo no tengo mano conformada
para arrojar la brasa del corazón a los incendios de la violencia, ni me muevo
entre hombres que les confíen a las llamaradas de la venganza el cocimiento del
pan de la justicia, y sin mengua de la firmeza de la acusación a que estamos
obligados, invito a mis compañeros a total presencia de ánimo, en alturas de
serenidad responsable ante el destino de nuestro pueblo, a fin de que, sin que
el agrio rencor nos tuerza la buena sustancia del dolor que aquí nos reúne, sea
honrada siempre entre nosotros la memoria de nuestro compañero, mártir del
ideal democrático. El de la fina valentía y gozosa audacia: Leonardo Ruiz
Pineda. Vivo y perenne entre nosotros”. Fuentes: Diario Últimas Noticias, Libro
“Se llamaba SN”, autor José Vicente Abreu, Artículo de Simón Alberto Consalvi, Artículo
de Jimeno Hernández, “Muerte en San Agustín”.
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