Columna del General Seijas Pittaluga
¡Nikolai, imita!
Ya todos sabemos qué va a
pasar el próximo 20-M: la gran mayoría de los venezolanos no le haremos el
juego al régimen y nos quedaremos en la casa, bien lejos de los centros de
votación, los cuales lucirán más desolados que en la farsa anterior, cuando
designaron a una fulana constituyente que nadie reconoce y cuyos integrantes
son una pila de ganapanes que son conocidos solo en las casas del PUS. Y al igual que en esa inicua ocasión, en la
noche, la muy inefable Tibi saldrá al balcón con su cara muy lavada a
explicarnos que votó el 95 por ciento de la población y que la “tendencia
irreversible” señala que el camarada Nicolás ganó con el ochenta y dele de los
sufragios; y que, en razón de eso, será la persona que ha continuar dirigiendo
lo que quede de Venezuela —si es que todavía subsiste algo después de tantos
latrocinios e ineptitudes— por los próximos años.
Aunque también se comenta la
posibilidad de un enroque con el otro camarada, el que se las echa de opositor
cuando le conviene, y por un acuerdo negociado sub rosa por personajes tan creíbles e impolutos como Timoteo y
Semtei, Nikolai le pasa el testigo a Henri con la condición de que se
comprometa a no revolver la podredumbre de estos larguísimos 19 años y deje
salir a toda la nomenklatura con sus caudales
completos y sin rendirle cuentas al soberano.
Me imagino que la huida será para un lugar acostumbrado a acoger, sin
preguntarles nada, a exmandatarios con grandes fortunas. Y donde abunden la diversión y las
posibilidades de “inversión”, porque eso de ir a encerrarse como ermitaños en
alguna de las republiquitas que ellos han financiado desde el día uno, ¡ni de
vainas!
Sea la primera alternativa
(que es la más probable) o sea la otra, hay algunos protocolos que habrá que
cumplir. Como es el discurso ante el
Legislativo rindiendo cuentas.
Conociendo al pájaro por la deposición, me imagino que otra vez le harán
el feo a la Asamblea Nacional y preferirán irse a contar babiecadas ante la
constituyente cubana.
Y recaerán en eso de mentir
descaradamente. Hablarán de las inmensas
obras que construyeron (ninguna, que yo sepa), de los adelantos en educación y
salud (que tampoco los lograron), de la solidez del tesoro (en minúscula porque
se referirán al que tienen en paraísos fiscales).
Yo, más bien, quisiera que
emularan las lecciones que dio Sucre como administrador. Pero no conocen a ese héroe. Sus
superficiales conocimientos de historia patria se restringen a Zamora,
Maisanta, el Agachao y Boves II. A
Sucre, a Bello, a Vargas los desconocen.
Por tanto, no pudieron aprender de sus ejecutorias, sus maneras de pensar
en lo referido al manejo del erario, ni de su influencia en el devenir
suramericano.
Ojalá imitaran al “ángel
brevemente humano”, como lo bautizó el barranquillero Alfonso Bonilla-Naar,
porque Sucre fue un compatriota virtuoso e inspirador. Pero eso les queda grande a quienes han
estado caracterizados por el encono, el resentimiento y la codicia. Y, al contrario de estos, el vencedor en
Ayacucho nunca fue vengativo; jamás permitió que su dolor personal interfiriera
con la justicia de sus mandatos. Tanto,
que luego de haber perdido cinco hermanos —por horribles muertes en manos de
los realistas, o huyendo de ellos— el Abel de Colombia responde con la
redacción del generoso tratado de regularización de la guerra por el cual cesa
la Guerra a Muerte, y con las bondadosas cláusulas que, sin que se las
estuvieran pidiendo, le agrega a la capitulación de Ayacucho. A los disparos de la intentona en Chuquisaca
—balazos que le dejaron baldado el brazo derecho para el resto de su vida—
responde con unas caballerosas palabras para la angustiada madre de uno de los
acusados y un amplio y generoso perdón en favor de los magnicidas. Generoso y
bueno como el que más.
Pero, a lo que vamos, que es
su pulcritud en el manejo de fondos públicos.
En un país como el nuestro —donde pareciera que para ser ministro o
magistrado no hay que tener currículum sino prontuario; en el cual más de una
centena de jerarcas tiene requisitorias internacionales— lo que hace falta es
que se imponga una norma que establezca la obligación de que todos los
mandatarios, en la ceremonia de entrega del cargo, le dieran lectura a la carta
por la cual Sucre renuncia a la presidencia de Bolivia: “La Constitución me
hace inviolable (...) Ruego, pues, que se me destituya de esa prerrogativa, y
que se examine escrupulosamente mi conducta. Si (...) se me justifica una sola
infracción a la ley; si las cámaras constitucionales juzgan que hay lugar a la
formación de causa (...) volveré (...) a someterme al fallo de las leyes”.
Y ya que de normas para la
decencia administrativa hablamos, reitero una admonición que hice hace más de
una decena de años: los candidatos a todos los cargos públicos por elección,
además de presentar sus cédulas y las comprobaciones de que llenan los
requisitos para el cargo (Nicky, todavía no ha mostrado su partida de
nacimiento) deberían consignar un cuaderno de “planas” en el que hubieran
escrito mil veces, de su puño y letra, aquella frase del mensaje de Sucre al
Congreso de Bolivia que señala que "...en política no hay ni amistad ni
odio, sino la dicha del pueblo que se gobierna, la conservación de sus leyes,
su independencia y su libertad".
Pero no me hago muchas
ilusiones…
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