Columna del General Seijas Pittaluga
Lo
repito, yo quiero un gobierno aburrido
Hace exactamente diez años, yo redacté un
artículo —en esos tiempos, escribía para Notitarde, un buen diario interiorano,
hoy convertido en un pasquín gobiernero— dándole la razón a un comentarista español
que opinaba que los gobiernos tediosos eran los mejores. Y explicaba que eso era sí porque “casi
siempre tienen al frente gobernantes comedidos, sin afán de figuración, sin
fobias, y sin manías. Sólo mandatarios que se dedican a tratar de hacer
aburridamente felices a sus pueblos”. Añado hoy, que lo que buscan es obtener para sus
paisanos el máximo de felicidad con el mínimo de sobresaltos, carencias y
contingencias. El mismo autor también
explicaba que, desafortunadamente, “esos mismos pueblos tienden a negarles su
confianza a quienes, sin hacer bulla, pudieran llevar al país hacia el logro
del bien común”. Si lo sabremos
nosotros, quienes vemos que una mayoría irracional a todas luces en lo
comicial, dejó de lado a un candidato ilustrado, bien intencionado, probado en
asuntos de gobierno, y prefirió aventurarse con un oportunista que les ofrecía
el cielo en la tierra y que prometía freír en aceite hirviente las cabezas de
los adecos. La pregunta de rigor es:
¿cómo estaría hoy Venezuela —en lo económico, en lo social, en las relaciones
internacionales, etc.— si el 1999 hubiera ganado el economista graduado y
posgraduado en Yale, en vez del pitecántropo sabanetense? ¿Hubiese habido la muertamentazón actual
producto de la acción conjunta de los malandros, los asesinos uniformados, el
hambre general y la carencia de medicinas?
¿Hubiese surgido la necesidad de ponerle ceros y más ceros a nuestro
signo monetario?
¡Qué sino tan desgraciado el nuestro, salir
de un bárbaro ignorante solo para caer en las garras de otro más incompetente,
más iletrado, y peor intencionado todavía!
¿Qué es lo que se ha logrado en estos ya casi veinte años? Solo desilusiones, contrariedades y amarguras. En un tiempo en el cual hubo dinero como
nunca antes en las arcas públicas. Pero
eso de dejar que se manejasen sin contraloría alguna, lo que sirvió fue para
enriquecer a los funcionarios y sus amigotes y familiares. Para los demás, migajas (y eso solo si tenían
el carné del PUS). De esa bonanza
—aparte de los millones que tienen escondidos los jerarcas en algunos paraísos
fiscales— no quedó nada. Solo
deudas. Y bastantes obras inconclusas a
lo largo y ancho de Venezuela. Obras que
se contrataron más por obtener las comisiones de rigor que porque eran en
realidad necesarias. Hoy, todo el mundo
vive peor. Pero distraído con las
invenciones, bulos, y posverdades (como se les dice a los bulos ahora) que
semanalmente prodiga el ignaro mayor por cadenas televisivas. Ya nadie habla de los militares detenidos, de
los presos políticos, del megafraude electoral que se nos viene encima, de los
altos precios de alimentos y medicinas.
Todos estamos distraídos con lo de los tres ceros que le van a quitar al
pobre bolívar.
Camelo va y camelo viene. El tipo lo que hace es dar coba. Muy seguido.
Y pelear con unos supuestos enemigos externos que todas las semanas dizque
nos van a invadir. Una de las pocas
cosas que aprendí en política es un apotegma: “gobierno no busca pelea”. Si la encuentra, tampoco puede rehuirla. Pero no es nuestro caso. Tenemos veinte años, primero con Boves II y
ahora con su hijo putativo, mirando hacia afuera. Unos asustados y otros esperanzados, oteando
el horizonte para ver cuándo es que va a aparecer el primer portaaviones. Todos engatusados por los inventos de la sala
situacional cubiche que le ordena qué decir al ilegítimo. Todos con el corazón en la boca y el estómago
vacío por culpa de eso en lo que tanta experiencia tienen los rojos-rojitos: el
“agit-prop”. Invenciones, artificios,
ficciones, “vapores de la fantasía”, para usar una frase de Andrés Eloy. Todos dichos en tono melodramático y con el
abundante empleo de una fraseología altisonante con la que intentan ocultar sus
incapacidades y sus aviesas intenciones.
Hay que reemplazar este régimen alarmista e
inepto por un gobierno serio, bienintencionado y eficiente. En pocas palabras: uno bien soporífero; que
no se note; que no haga cadenas; que no malbarate el tesoro nacional. Pero eso no se va a lograr votando en la
payasada del 20-M, la ilegalmente convocada por un cuerpo que no tiene
legitimidad ni legalidad algunas y refrendada por las cuatro arpías que
obedecen a Jorgito “Audi” Rodríguez. En ella
se anotaron para competir” un artero Doppelgänger
de Arias Cárdenas —que se las echa de opositor pero que cobra lo suyo— y
unos tres o cuatro extras, actores de mero relleno, que también deben estar recibiendo
estipendios bajo cuerda.
El gobierno que no se note, bien aburridor, se
logrará cuando las elecciones se lleven a cabo con todas las de la Ley, en los
plazos debidos, sin “ministerio de asuntos electorales” del régimen sino con un
CNE de verdad-verdad, sin inhabilitados, sin presos políticos, sin
“supervisión” de lo que se vota, con altos porcentajes de la población actuando
en ellas como votantes y como testigos del acto comicial. Para llegar a eso, antes tenemos que
abstenernos y no aparecer como tontos útiles.
Pero la abstención no puede ser sentados frente a la TV, rascándonos nuestras
sendas barrigas y viendo el partido de fútbol.
Tiene que ser una abstención militante.
Ojalá que con inmensas masas en las plazas, que manifiestan su voluntad
por escrito en una votación paralela donde se conteste una sola pregunta:
¿Quiere usted que Platanote sea reelecto o que se vaya muy largo…?

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