Columna de Rafael Rodríguez Olmos
1 malta =
100.000 bolívares
Los chamos de mi generación nos
desvivíamos por tomarnos una malta. Entonces costaba medio. 0,25 céntimos. Un
cuarto del poderoso bolívar de la época, aún acuñado en plata, pero muy cerca
de convertirse en niquel. La mayoría de mis compañeros, y de mi generación, no
teníamos ese medio, y acudíamos a una estrategia que siempre funcionaba:
guardar el medio que nos daban para el pasaje del autobús y colearnos por la
puerta de atrás. Yo era novio de Adalgisa, de eso amores platónicos de entonces
y en las tardes, con el sol bajando, caminábamos cuadras y cuadras. Si acaso un
besito, y como decía Hugo “pura manito”. Eso me permitía ahorrar ese mediecito
de plata, y esperaba los sábados en la tarde para tomarme esa malta con tanto
placer. Esa malta era un alimento nutritivo. Tenía cebada, lúpulo, maíz,
caramelo, además de carbonato por supuesto. Hoy día, ni la industria
alimentaria, ni los medios de comunicación del gobierno que son muy malos, se
han dedicado a explicarle a la gente que la malta es un veneno y que no tiene
ningún alimento. No hay nada en los componentes de la malta de hoy que
alimenten al ser humano.
Durante muy poco tiempo, cuando subió
de precio, costó tres lochas, una moneda que era un octavo del bolívar de
entonces. Si mal no recuerdo, en menos de un año, pasó a costar un real, 0,50
céntimos, medio bolívar de entonces. Era inalcanzable para nosotros los chamos
tomarnos una malta. Hacíamos todo tipo de peripecias para lograrlo. Yo en
vacaciones, trabajaba cargando bolsas en el mercado, o ayudando a mi
tío-padrino, quien tenía un puesto de queso en el mercado. Regresaba a mi casa
con doce y hasta veinte bolívares, lo que me convertía en casi un potentado
hasta que comenzaban las clases nuevamente. Lo ahorrado me duraba un tiempo,
por lo que, a veces, me daba el lujo de comerme un rico pan dulce y una malta
en la escuela. Tenía un poderoso bolívar para comprarlo.
Y eso que no estoy hablando de la
época de la colonia, o del periodo gomecista. Nada de eso. Estoy hablando de
finales de los 60 y principios de los setenta del siglo pasado. Faltaba mucho
para el viernes negro de Luis Herrera Campins de 1984. Cuando una rica
quesadilla en la panadería costaba medio y daban 20 panes por un bolívar, del
pan francés de entonces, gordo y sabroso. De 20 lo redujeron a doce, de doce a
ocho, luego a medio cada uno, después a real, luego un bolívar. Ya no se hacen.
Hoy un pan canilla cuesta 40.000 bolívares.
Hace como dos años, mi hipófisis, por
alguna razón, me recordó el sabor de la malta de cuando era niño y me produjo
ese antojo que me obligó a buscar dónde tomarme una. Costaba 75 bolívares y
pegué el grito al cielo. Hacía tanto tiempo que no la tomaba, que ignoraba su
precio. Dos semanas después una colega hablaba con otra y mencionó durante la
conversación que se iba a tomar una malta, por lo que me regresó el antojo. Le
pido que por favor me compre una y le doy los 75 bolívares. “No Rafa, una malta
cuesta 130 bolívares”, me dijo. “En serio, la semana pasada pagué 75 por una”,
repliqué. “Eso fue la semana pasada. Ya subió chamo, todo sube muy rápido”. Me
decía esta colega que puede ser mi hija.
La semana pasada entré a un abasto y
me quedé de una pieza. Con bombos y platillos, un papel pegado a la nevera
anuncia: “marta 100.000 bolívares”. Así, como por acto reflejo le pregunté al colombiano
que si había alguna puta con ese nombre en el barrio que cobraba esa cantidad.
“No señol, la marta pa´tomar”, me respondió sin inmutarse. “Pero es en serio”,
volví a preguntar estúpidamente. “Pero señor porqué está asombrao si una
empanada ya cuesta igual, un cambur cuesta nueve mil bolos, uno solo, todo se
puso por la nube”, me explicó con esa humildad pedagógica.
Sin salir de mi asombro, y sin
comprar nada, por supuesto, me fui a casa de una amiga. Llegué como un zombi.
Me era imposible asimilar que una malta, la bebida de mis sueños infantiles,
costara dos días de mi salario actual. Cuando le cuento mi anécdota a la amiga,
se echa a reír y me dice “acabo de comprar Valsartán para mi mamá. Una cajita
con diez pastillas que le duran dos semanas, me costó un millón cuatrocientos
mil”.
Ese hecho, vinculado al problema del
efectivo, golpea todos los días a la gente que ya no sabe cómo hacer. Por ello
cuando comenzó la fiebre de no aceptar los billetes de 50 bolívares, ni
siquiera los bancos, se me complicó aún más el panorama. He visto varias veces
a personas arrojar fardos de billetes con esa denominación al aire, para que lo
recoja quien los quiera o para que se convierta en basura. No hay nada que
hacer con los billetes de 50. Por ello recordé tanto aquel hermosísimo y
nostálgico poema de Aquiles Nazoa, que tituló El ocaso de las puyas, del cual
les pongo un pasaje:
… “Y en cuanto a los centavitos/
nuestras puyas de la escuela/ nuestros cándidos centavos/ nuestras chivitas
modernas/ las que quedan son muy pocas/ y las muy pocas que quedan/en vista de
que ya nada/ puede comprarse con ellas/ ya nadie les hace caso/ todo el mundo
las desprecia/ quien encima carga algunas/ las carga como una pena.
llegando hasta sonrojarse/ si
en el bolsillo le suenan/ y si alguna se le cae/ ni se agacha a recogerla/ Si
en el autobús se paga/ con cinco puyitas sueltas/ el chofer que las recibe/ las
toma como una afrenta/ y aparte en la perolita/ las coloca en cuarentena/ para
dárselas de cambio/ a algún otro que atrás venga.
Ya ni para dar limosnas/ sirven
las tales monedas/ pues si usted a una viejita/ con un centavo le llega/ con
todo y ser tan viejita/ la viejita se calienta”.
Una malta en 100.000 bolívares solo evidencia dos
cosas: la incapacidad del gobierno para elaborar una política económica; y la
arremetida del enemigo, que reduce la producción al mínimo para presionar los
precios y volver loco al consumidor. Es sin duda, una guerra económica y el
gobierno no la ha sabido enfrentar.
Afortunadamente sé que la malta de ahora es un veneno
y que no necesito tomarla. La pregunta es cómo se le explica eso a un niño que
todos los días ve la televisión y allí le dicen que va a ser bonito y rozagante
si la bebe. Yo mientras, aún no salgo de mi asombro.
Caminito de hormigas…
Onanismo mental: me estaba
preguntando qué pasaría si Nicolás le hablara al país mañana en la noche, y
anunciara que a partir de lunes 23, pierden efecto los billetes de 100.000,
20.000, 10.000 y 5.000; y que solo tendrán valor las denominaciones restantes.
Pero que, además, a la banca, que es la gran artífice de todo este descalabro
monetario, el Estado solo le reconocerá el dinero que tenga en cuenta para ese
momento y se cambiará en el BCV. Sería un sisma financiero muy interesante, en
donde el pueblo no perdería nada. De eso sí estoy seguro.

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