Columna de Rafael Rodríguez Olmos
“Y
no me interesan las elecciones, ni quién gane”
Muchas veces vi enormes camiones 750 con
una especie de jaula gigante atrás. Adentro ponen cientos de cajas de plástico
llenas de pollos vivos que llevan al matadero. Ya pueden imaginar a qué olerá.
Pues la semana pasada me pare en la autopista a la Altura del Puente El
Boquete. En otras oportunidades había visto gente montada en una grúa gigante
en dirección a Tocuyito. Sin barandas. Solamente sentadas en ella por toda la
autopista. Me quería montar en una de ellas, pero irónicamente lo que pasó fue
el camión con la jaula gigante. Un colector abre la puerta y la gente se monta,
niños, mujeres y viejos, ayudados por los otros pasajeros. Allí me subí, había
unas cincuenta personas. El olor es insoportable. No más arrancar, se oye la
voz de colector, “pasaje en mano, nada de estudiante, o tercera edad, todos
pagan sus cuatro mil y si no se bajan”. Así, como un animal que hubiera
aprendido a hablar. Ni un por favor, ni un buenas tardes, ni un deme un
permiso.
“Agárrese señor porque este animal da
frenazos de repente y se puede caer”, me explico Thais de unos 36 años, quien
agarraba a una niña de unos siete años y un varón de quizás cuatro. “Es que no
encuentro un espacio que no huela a mierda de gallina” le digo hasta con vergüenza.
“Ay señor, tranquilo que se acostumbra. Es mejor montarse en este que en el camión
de volteo, porque ahí sí no hay de dónde agarrarse y está todo lleno de arena.
El otro día se me soltó la niña y si no me la agarra un muchacho, se me cae”. Mientras el camión iba
recogiendo pasajeros en la autopista, yo comencé una entrevista improvisada con
la mujer. “Imagino que te paras de madrugada para agarrar transporte en la
mañana” le digo. “Me paro a las cuatro y media y dejo dormir a los niños un
ratico más, mientras me baño porque en la noche recojo agua en un tobo, hago
unas arepitas, me como una y le pongo en su lonchera una a cada uno de los
chamos y en envase de plástico les pongo un cambur o una mandarina. Salimos a
diez para las seis. A veces, con suerte, pasa un rojito que ya no tiene aire y
además los vidrios rotos; y si no, un camión como este, u otro porque ya casi
no quedan busetas tampoco. Llegó a casa de mi mama que vive en La Bocaina. Ella
los lleva a la escuela, los recoge en la tarde y los baña. Yo salgo rapidito
del trabajo, los paso recogiendo y nos vamos para el puente El Boquete a
esperar el camión. Llegamos entre siete y siete y media de la noche a la casa.
Les pongo un ratico la televisión, mientras hago la comida para el otro día.
Les cepillo los dientes y nos acostamos a dormir como a las nueve. Esa es mi
vida hasta los viernes que los dejo ver un poquito más de tele y nos levantamos
un poco más tarde. El sábado hago cosas con ellos y el domingo lavo, limpio la
casa y nos preparamos para el lunes. Esa es mi vida señor”. Me sorprendió esa
narración, que debe ser la de millones de mujeres en el país y en el mundo.
Incluso con una sonrisa, mezcla de ironía, mezcla de resignación, mezcla de
tristeza. “Bueno, supongo que después de las elecciones se resolverá el
problema del transporte” afirmo un poco para conocer su opinión política. “Ay
señor, de verdad usted cree eso. Usted cree que a este gobierno le importe los
pobres, o la gente. Yo no pude terminar la Universidad, me divorcié, me cansé
de ir a todos los organismos para que me ayudaran aunque fuera con los niños,
me mandan de un lado para otro, hasta el carnet de la patria me saqué para ver
si tenía la suerte de que me dieran un bono para los niños. Siempre he votado
por Chávez y creí mucho en este proceso, pero ya no me interesa nada porque
ahora pienso cómo hare cuando mis hijos sean adolescentes y no caigan en la
delincuencia con una madre que no los puede cuidar porque está trabajando.
Todos los días pienso en una cosa distinta. Ya estoy agotada de tanto pensar.
Maduro empeoró todo. Y no me interesan las elecciones, ni quién gane, ni quién
es diputado. Sería Bueno que se mataran entre todos. Creo que el país saldría
de abajo”, ahora es como una convicción, como
una sentencia. “Pero quizás ahora el gobierno sí tenga una política
económica para arrancar y empujar al país”, le insisto. “Igual no van a hacer
nada. Yo vi en la televisión a Maduro diciendo que iba a hacer una política económica
si ganaba. Y por qué no lo hizo en estos años. En verdad, con mi voto no
cuenten porque no voy a votar. Necesito resolver mis problemas, los que no me
resolverá ni el gobierno, ni el alcalde, ni las Ubch ni una mierda y disculpe
la palabra”. Era el fin de mi recorrido y me quedaba en el Puente de Tocuyito,
me bajé y me despedí sin decir nada más.
Aún sigo sin entender por qué el
gobierno no ha puesto en funcionamiento los miles de autobuses y camiones de
las fuerzas armadas, que solo están en los cuarteles cogiendo tierra y llevando
a hijos de generales y coroneles a la playa. Tampoco entiendo porque ya se
paralizó ¿tan pronto? La fábrica de Yutong en Yaracuy; ni porque los pocos
rojitos que están circulando ya no tienen aire acondicionado, con los vidrios
rotos, no les cambian el aceite, ni los filtros y paremos de contar. Tampoco
entiendo por qué nadie se ha ocupado de los cementerios de rojitos que hay en
Puerto Cabello, Guacara y el Parque Recreacional Sur. Muchos menos entiendo por
qué si el problema del transporte no es solo un problema del gobierno central,
sino de los regionales y las alcaldías, nadie se asoma para tratar de
solventarlo. Ya el gobierno no quiere incluso hablar de precio del pasaje, simplemente
porque no es posible hablar de precio si no hay transporte. He visto a gente
montarse desesperada en una cava cerrada, de una sola Puerta, a las seis de la
tarde porque es la última opción que le queda. Es decir, que el que está de
primero, de seguro se asfixia del calor. Ayer venía de Caracas, a la altura de
Palo Negro en Aragua, a mano derecha, se ven cientos de taxis estacionados en
dos estacionamientos gigantes, nuevecitos, agarrando sol, en espera de que
algún general en conchupancia con algún jefe del partido, se los venda a un
pobre diablo por 10 mil dólares o 200 millones de bolívares.
Mientras iba a la plaza de Tocuyito a
una reunión, solo cavilaba en cómo, de aquí al 20 de mayo, encontrarme de nuevo
con Thaís y poder tener los argumentos para que vaya a votar. Quién quita que
la convenza… Claro, primero tengo que convencerme yo.
Caminito de hormigas…
Continúa el robo de medicinas en
hospitales, Barrios Adentro y CDI. Eso no es posible detenerlo sin la
participación del Poder Popular. Pero ya sabemos que el poder institucional le
tiene mucho miedo a ese poder.

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