Columna de Rafael Rodríguez Olmos
Esteban Brassesco
Quienes lo
conocieron aseguran que logró huir de la represión de la dictadura uruguaya de
los 70 y que había sido un embravecido militante de la izquierda tupamara.
Tiempos después, ya amigos, se lo pregunté y me lo negó, aunque uruguayos que
se quedaron en esta tierra para no regresar jamás de nuevo a sus lares me
refirieron, en diversas oportunidades, que Esteban, había sido uno de los duros
de las luchas de la izquierda latinoamericana.
Yo solo sé
que lo conocí en la redacción del periódico Economía Hoy por allá en 1987
cuando regresaba de la fuente que entonces cubría: Miraflores, y me encuentro
ese montón de libros colocados en un murito y a algunos colegas revisando. En
realidad, no sabía de qué se trataba, pero le pregunté a mi amiga Milagros
Pérez y me explicó que él vendía libros y que, si me gustaba alguno, solo lo
escogiera y le pagaba poco a poco, a veces en largas, cómodas y olvidadizas
cuotas. Lo cierto es que Esteban iba con su carrucha y sus cajas llenas de
libros a las redacciones de todos los periódicos El Nacional, El Universal,
Últimas Noticias, El Nuevo País y algunos ministerios. Para entonces los
burócratas de turno leían algún que otro libro; además del antiguo Congreso de
la República, claro si el presidente de turno tenía algún nivel cultural, y le
permitía estar y vender sus libros.
En esa
relación de años de vendedor-comprador-amigo, encontré maravillas. Narradores
que me encantaron conocer. Esteban siempre conseguía lo mejor: Tomás Eloy Martínez,
por ejemplo, un periodista argentino a quien conocí después. Tomás Borges a
quien también conocí luego. También Esteban me presentó a un periodista argentino
llamado Oswaldo Soriano en un libro titulado “No habrá más penas y olvido”. De
hecho, le compré tres más: Cuarteles de Invierno, A sus plantas rendido un león
y La hora sin sombra. Me encantaron esas crónicas. Por Esteban leí a Roberto
Bolaño, escritor y poeta chileno, quien ganara el Premio Rómulo Gallegos -si
mal no recuerdo- con su novela Detectives Salvajes. Por Esteban leí a Daniel
Boorstin, un genio historiador estadounidense que escribió varias obras. Leí
dos: Los Descubridores y Los Creadores, obras que todo ser consciente e
inteligente debería leer. Una vez le dije que había leído Adiós a la tierra de
Isaac Asimov, el brillante ruso y a la semana siguiente me trajo: Historia y
cronología del mundo y La formación de Inglaterra, dos libros que me devoré en
tiempos en que la lectura era una especie de paranoia para mí, mucho antes de
volverme bruto.
Tuve la
oportunidad de conversar largo y tendido con Esteban. Tenía un fino sentido del
humor cargado de una ironía apenas perceptible. Su nivel de cultura rayaba la
erudición y su humildad siempre me agredió. Podías pasar horas conversando
sobre lo humano y lo divino. Se conocía los clásicos españoles casi de memoria.
Incluso apostábamos a la memoria para recitar a Samaniego, a quien leí cuando
tenía como 11 años y nunca lo olvidé. Sus fábulas son exquisitas.
Un amigo
de la infancia, también poeta, Salvador Tenreiro, me había enseñado un libro
que me encantó: El Cantar de los Nibelungos, poema épico alemán del siglo XIII.
Debía tener trece o catorce cuando lo leí. Lo cierto es que nunca lo olvidé.
Pues cual sería mi sorpresa que Esteban me hace aquella extraordinaria
narración de Sigfrido y su batalla con los dragones. Aseguran que en ese poema
épico se inspiró Wagner para escribir su cabalgata. A Esteban le compré Los
Cuatro reyes de la baraja para cerrar mi ciclo con Herrera Luque. Ya había
leído los demás. Nunca me trajo a García Márquez, no recuerdo porqué razón,
ciclo que cerré con Vivir para contarla, por cierto, colección que acabo de
regalar junto a otros 2.500 libros y mil quinientos cd de música, incluyendo el
mobiliario. Por cierto, recuerdo que al final de mi jornada en Economía Hoy por
allá en 1993, estaba teniendo un ciclo de conversaciones con el maestro Luis
Beltrán Prieto Figueroa, muerto por esa fecha, las últimas entrevistas que se
le hicieron y Esteban lo había leído, todas sus teorías sobre la educación y
sus propuestas sobre el tema. Hace unos cinco años le regalé todas las obras
del maestro a una amiga, incluyendo sus poemarios. “La poesía de los pueblos
con sed” de mitad de los 80, una de las cosas más hermosas que yo haya leído.
Creo que el mejor libro que yo he leído, lo escribió el maestro “La magia de
los libros”. Sigo sin entender, de manera sorprendente, cómo es que no ha sido
reivindicado en este proceso que se empeñan en llamar revolucionario.
A pesar de
que tuvimos largas e interesantísimas conversaciones, lo más que pude saber de
Esteban es que fue educador en su natal Uruguay y que las circunstancias lo
trajeron a esta tierra, como trajeron a miles de sureños cuando las dictaduras
del cono sur, muchos de los cuales echaron raíces. Creo que tiene dos hijos
periodistas.
Esteban
Brassesco es de esas personas que pasan por la vida de uno y dejan una marca,
porque algo le enseñó. Me encantaba ese fino sentido del humor y esa imperceptible
capacidad para detectar la mediocridad, aunque su educación y su decencia,
impedía cualquier burla o vejamen contra alguien.
La
sicología explica muy bien esa relación que uno hace de una situación con otra
y que al parecer no son vinculantes. Con Esteban me ocurrió una vez que
tomábamos café, ya trabajando yo en El Mundo vespertino como Jefe de Política,
que me estuvo narrando la cotidianidad de su país y de un profesor historiador que
tuvo, quien en su ancianidad solo era visitado por algunos, muy pocos realmente,
ex alumnos. Me habló de una casa de jamonuda mampostería y lámparas de araña.
Esa narración me llevó de inmediato a Guillermo Meneses, autor de La Balandra
Isabel llegó esta tarde, Campeones, La mano junto al muro, quien había muerto
en su soledad por allá en Porlamar, pero nadie sabía qué hacer con sus libros y
su enorme biblioteca en una de las elegantes mansiones de La Florida de mitad
de siglo pasado. Porqué ocurre esa relación, aún no lo sé.
Esteban
murió a los 83 y me cuenta Mardú que aún visitaba la redacción de Últimas
Noticias, aunque tenía algunos meses desaparecido. Siempre recordaré esas
gratas conversaciones y la vida de un hombre dedicada a llevar conocimiento a
todo aquel que lo quería aprovechar. Son de esas muertes que nunca deben
ocurrir, pero al fin y al cao, los años acaban con todo.

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