Columna
del General Seijas Pittaluga
El fascismo que nos cayó encima
Ulisse, un excelente arquitecto de
ancestro ítalo y un querido amigo, me hizo saber sus opiniones en relación con
mi escrito de la semana pasada —el referido al ukase del capitán Hallaca prohibiendo hablar mal de Boves II. De sus comentarios, quiero destacar el
referido a un cartelito que los fascistas italianos pegaron en las oficinas
públicas durante los años veinte del siglo pasado: “Quì non si parla di política, se lavora”. Porque, en esencia, ambas “consignas”, la
del rollizo furrialense y la del bombástico Duce,
buscan una sola cosa: negar el derecho a opinar que es esencial a la vida
humana, que sobrepasa a un mero derecho garantizado por la Constitución y que casi
tiene rango de ley natural. Lo que se
busca con esas advertencias —que preceden al desfachatado empleo de la fuerza
bruta— es impedir que se sepan las verdades que permitirían descubrir que el
rey está desnudo, que el régimen no pasa de ser una construcción inestable
asentada sobre una inmensa pila de falacias, de un sartal de expresiones
altisonantes pero huecas (frases cohetes, les decíamos) que tratan de ocultar
el afán desmedido de poder y las ansias inmensas de enriquecimiento ilícito que
caracterizan a la nomenklatura.
Somos muchos los que desde el mismo
1989 hemos estado advirtiendo que lo que se nos venía encima era una versión
posmo del fascismo que se impuso en Italia al final de la Primera Guerra
Mundial. Que aquí la resultante fuese un
enredijo de marxismo, fidelismo, velasquismo y peronismo era previsible. Y también lo señalamos. Porque el origen diverso de sus más
connotados dirigentes, así lo imponía.
Era un imbroglio de
uniformados ávidos de poder junto a otros militares que sí buscaban “el bien de
la patria” (para ponerlo en cursi), sumados a unos viejos comunistas que nunca
avanzaron más de la Tercera Internacional y, sobre todo, una cuerda de avivatos
que lo que buscaban era “ponerle la mano al coroto”. Pero la arista más notoria era (es) la del
fascismo. No estaría de más que algunos
de los lectores se tomaran la molestia de buscar en la red y analizaran la
conferencia que dio Umberto Eco en la primavera de 1995 en la Universidad de
Columbia. En ella enumeró catorce
peculiaridades que caracterizan a ese totalitarismo causante de tantas muertes,
sufrimientos y exilios. La tarea sería
emparejar esas idiosincrasias fascistas con los desempeños que desde hace 18
años lleva a cabo el régimen. Las
similaridades son asombrosas. No pienso
hacer una glosa de las lecciones de Eco, pero dado el contubernio
Ejecutivo-Judicial que nos ha llevado a esta neodictadura, creo que cabe una
cita textual del autor de El péndulo de Focault: “Cada vez que un político pone
en duda la legitimidad del Parlamento por ya no representar la ‘voz del
pueblo’, se puede sentir el olor de Ur-Fascismo”.
Son más de 18 años los que Venezuela
sufre de fascismo. Ya se nos está
pasando la la hora para que la democracia retorne al país. O sea, para que la nación entera actúe a fin
de que cese el monopolio partidista sobre todas las facetas de la vida
nacional; las instituciones sean en verdad eso, instituciones, para la defensa
de los ciudadanos, no del poder; los organismos represivos del Estado,
incluidos los “colectivos”, entren en el cauce legal; no se criminalice la
disidencia y hasta la mera posibilidad de que se piense distinto; no se hable
más del “enemigo interno”; las fuerzas militares vuelvan a entender que son
“nacionales”, sin más adjetivos; la educación y la salud vuelvan a ser las
prioridades, no meras fuentes donde abrevan canonjías los copartidarios. Tarea ciclópea, lo sé. Pero que debe ser acometida lo más pronto
posible.
¿Cómo? Quizás ayude el recordar una frase de
Kennedy: “One person can make a
difference, and everyone should try” (Una persona puede hacer la
diferencia, y todos debieran intentarlo).
No se pide que se haga esfuerzos hercúleos sino pequeños
sacrificios. Que cada quien actúe dentro
de su esfera de influencia pero fuera de su área de confort. Predicando, reclamando, dando el ejemplo,
contribuyendo con lo que se pueda, no tolerando abusos de nadie. ¿Que se corre algún riesgo? Sí, pero lo que está en juego es el futuro de
nuestros hijos y nietos. Que, si nos
descuidamos, si tomamos las cosas à la
sans façon, van a crecer entecos de cuerpo y de mente porque no nos
atrevimos a hacerle frente a las injusticias del autoritarismo. Porque con nuestro silencio, nuestra
sumisión, les permitimos rienda suelta a quienes detentan el poder; porque
empezamos a obedecer aun antes de que se nos impartiera la orden; porque se nos
olvidó que los funcionarios no pueden hacer lo que les dé la gana sino solo lo
que la Ley les mande. Mucho del estado
de cosas que sufrimos se debe a esa “obediencia anticipada” que lo que hizo fue
ratificarle al régimen que podría impunemente quitarnos la libertad.
Es hora de exigirles a los
mandatarios que actúen bajo la ética profesional, no por los mandatos del
PUS. Cuando los jueces y los fiscales
entiendan que fueron puestos ahí para impartir justicia, no para aliviar las
puntadas que les dan a sus jefes otro gallo cantará. Cuando el estamento uniformado se
desintoxique de patrioterismo y entienda que el “estado de excepción” debe ser
eso: algo excepcional —que dura días, semanas cuando mucho—, que no se debe
cohonestar esa barbaridad jurídica de la Sala Inconstitucional de prorrogar por
más de un año los decretos emitidos sobre la materia; empezaremos a vislumbrar
el Estado de Derecho que promulga la Constitución y que el régimen actual ha
hecho nugatorio.
Los ciudadanos lo que tenemos que
hacer es elevar el tono de nuestras argumentaciones, y no solamente la
voz. Recordemos que lo que hace florecer
el campo es la lluvia, no los truenos…

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