La
guerra que se nos vino encima
Humberto
Seijas Pittaluga
Dos personalidades muy diferentes, el papa Francisco y el
presidente Hollande dicen que estamos en el medio de una guerra. No voy a ser yo quien los contradiga. Según el pontífice, los atentados ocurridos
en París son "una parte" de una Tercera Guerra mundial. No es la primera vez que lo dice;
anteriormente, nos había alertado de que el mundo ya está en medio de ella pero
que esta es diferente a las dos anteriores: no más frentes de combate definidos
y llevada a cabo por ejércitos regulares; esta se desarrolla de manera
fragmentada, con masacres y destrucción causados por hordas irregulares y
fanáticas. Por su parte, el presidente francés explicó que los atentados en
París constituyen "un acto de guerra cometido por un ejército
terrorista" que ha sido "preparado" desde el exterior y contando
con "complicidad" desde el interior.
Y fue más allá que Francisco: imputó al Estado Islámico por ellos y se
comprometió a actuar "en todos los terrenos, tanto dentro como fuera de
Francia". A la luz de los hechos,
nadie puede llevarles la contraria a estos dos mandatarios, asesorados por
mentes muy preclaras.
Hace unos veinte años, Samuel Huntington,
en “The Clash of Civilizations”, opinaba que los conflictos de estos tiempos
ocurrirían, no entre los estados nacionales, ni por ideologías, sino entre
civilizaciones y por razones religiosas.
Dividía al globo en áreas delimitadas por líneas de fractura entre civilizaciones,
las cuales también implicaban diferencias religiosas. Entre otras, mencionaba a la Civilización
Occidental —formada por Norteamérica, Europa y Oceanía, con los añadidos de
Rusia y América Latina—, y la Civilización Musulmana, compuesta por el Oriente
Medio, el Magreb, Indonesía y varios de los países cuyos nombres terminan en
“istán” y que forman parte del Asia suroccidental. El libro fue muy criticado desde el primer
día de su publicación bajo el argumento de que era una incitación a la guerra. Pero, a la luz de los hechos actuales, lo que
resultó ser fue premonitorio.
Occidente, preñado de pensamiento volteriano, fue
dejando de lado los temas religiosos y secularizándose a partir de la formación
de los estados nacionales. Era clara la
delimitación de lo que corresponde al Estado y lo que es ámbito de la
religión. Hasta hoy, esas ideas son las que obstaculizan a la
civilización judeo-cristiana para percibir la forma islamita de pensar: que no
puede existir separación entre lo estatal y lo religioso. Por eso es que —en una mezcla de ingenuidad y
prejuicios estereotipados—, entre otras cosas, favorece la existencia de un
estado palestino al tiempo que mantiene a la distancia a Israel. Por unos vestigios de pensamiento medieval,
no admiten que este Estado es el único democrático en el Oriente Próximo; que
todos los demás son dictaduras atrasadas. Occidente da prevalencia a unas
naciones que son teocracias —que asesinan en nombre de Dios y relegan a la
mujer a la condición de semoviente— por encima de un país con parlamento, instituciones
occidentales y gobiernos alternativos.
Lo que nos lleva otra vez a París.
Y a Bruselas y La Haya. En esas
ciudades hay focos islámicos importantes; la mayoría de los que viven en ellos
son pacíficos y actúan como occidentales.
El problema está en que los gobiernos, en una exacerbada interpretación
de las ideas liberales, han declinado la Ley por la Sharia en esos lugares; hay
barrios en los cuales no penetra la policía.
No han entendido que los inmigrantes deben adaptarse al país donde
habitan, no al revés. De esos barrios,
según lo que informa la TV es que salieron los terroristas de la noche más
larga parisina. Todos eran ciudadanos
franceses o belgas…
El comunicado en el cual ISIS reconoce la autoría de las matanzas de esa
noche, demuestra que llevan a cabo eso tan esencial al terrorismo: golpear por
sorpresa buscando obtener victorias
propagandísticas con mínimo esfuerzo. Un
concepto que traté de inculcar a mis alumnos es que hay que diferenciar
claramente las víctimas y el blanco: las víctimas son las que salieron a ver un
partido de fútbol o a escuchar un concierto de rock y terminaron muertos. Ellos no son el blanco; este lo constituye la
población, a la que se le quiere hacer creer que los atacantes pueden actuar
impunemente donde deseen. El blanco
fueron los millones de personas que se quedaron sin salir de sus casas esa
noche.
Para
vencer en esta guerra, Occidente debe cambiar su percepción del fenómeno. Lo que implica dejar de lado ciertos
conceptos y restringir ciertas libertades.
Aparece nuevamente el dilema
entre defender las libertades, los derechos individuales, y garantizar la
seguridad de los connacionales. Por lo pronto, parece ya no habrá más
cruce de fronteras sin control de las autoridades. Debe entender que el derecho más importante es el derecho a la vida. Y que, para su defensa, deberán reforzar sus
servicios de inteligencia. Con todo lo que ello implica…
Alguien
dirá: ¿Y a nosotros que nos importa eso?
Contesto con otra pregunta: ¿Quién le dio un pasaporte venezolano a Rahman Alan Hazil Mohamed, el detenido por la policía en uno
de los aeropuertos londinenses por tener en su poder una granada de mano? Para saberlo, primero tenemos que ganar las
elecciones del 6-D…

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