¿Por qué
no ardió Troya luego de la condena a Leopoldo López?
Clodovaldo Hernández
Más
allá de cuál iba a ser la sentencia en el juicio a Leopoldo López, la gran
incógnita era cómo iba a reaccionar la gente frente a ella. Previamente
consulté a varias personas, de diversas tendencias, para tener una idea. Los
chavistas me dijeron que si lo dejaban en libertad o le daban una pena leve,
ardería Troya. Los antichavistas me dijeron que si no lo dejaban en libertad y,
sobre todo, si le daban una pena severa, ardería Troya. En conclusión, pasara lo que
pasara, ardería Troya.
Intenté guiarme por los ni-ni (o, más bien, los que dicen que
son ni-ni) y tenían expectativas muy atemorizantes, sobre todo en el caso de
que lo condenaran. Una de las personas presuntamente neutrales me dijo que
retornarían las guarimbas y hasta que habría un alzamiento militar. Una señora
juró por un puñado de cruces que todo estaba listo en los territorios apaches
de la oposición (que si el este y sureste de Caracas; que si el norte de
Valencia, que si el principado de Lechería… ese tipo de zonas) para una ola
de disturbios vengadores que harían temblar al régimen.
Hasta la hora de escribir esto, sábado en la mañana, no se
habían hecho realidad estos pronósticos apocalípticos. No ardió Troya. Es más,
ni siquiera ardió un caucho o una bolsa de basura en Chacao. Por el contrario,
al menos en Caracas se respira eso a lo que se ha llamado “una calma chicha”.
Cuando se conoció la sentencia, el jueves por la noche, alisté
mis equipos de medición de descontento, una especie de imaginario sismógrafo
para calibrar la intensidad del cacerolazo y los posibles desórdenes que
habrían de producirse. Resido en Candelaria, una zona en la que convivimos
familias de clase media-media, media-baja y media-muy-abollada, con un alto
componente de inmigrantes españoles y portugueses furiosamente derechistas (aunque sus ancestros o ellos
mismos hayan llegado aquí huyendo de la represión, la pobreza y la desigualdad
insolente generadas por los gobiernos dictatoriales derechistas de Franco y de
Oliveira Salazar). En los
centros de votación de este barrio llano siempre gana la oposición en
proporción de 70 a 30 y cada vez que hay cacerolazos, algunos vecinos se
destacan por su atorrante persistencia. Pues bien, mi cacerológrafo registró
apenas una leve sacudida de ollas que habrá durado alrededor de diez o doce
minutos… muy poco, comparado con las bullarangas de 40 minutos o más que
estremecieron a esta parroquia en los días de la guarimba y antes, en los años
2001 al 2004, cada vez que el comandante les metía una cadena de radio y TV por
el buche.
Solo algunas voces fuera de sí maldijeron a la jueza y a
cualquier persona chavista o cercana al chavismo, pero no había pasado una hora
de la sentencia y ya la comarca dormía serenamente.
No escribo estas observaciones telúrico-políticas para burlarme
de Leopoldo López o de sus familiares y seguidores, pues –humanamente hablando-
ya tienen bastante con la pena impuesta. Pero
creo que la falta de reacción de la militancia opositora es una señal
significativa, que debe ser analizada a profundidad. No es un síntoma menor,
sino algo como para llamar ya a la ambulancia.
Hay que cortar mucha tela con respecto a este comportamiento,
pero existen varias posibles razones para el desconcertante antiparabolismo del
sector opositor frente a una de las penas más contundentes que se haya aplicado
sobre un opositor (que no es lo mismo, por cierto, que un preso político) en 16
años de guerra abierta contra la Revolución.
Nuevamente he preguntado por aquí y por allá. Entre algunos
revolucionarios prevalece la idea de que la oposición en general está nocaut, que finalmente su militancia se dio
cuenta de que “no volverán”. La indiferencia del público ante la condena de
López ha sido, para este segmento, una razón más para el triunfalismo.
Otro sector bolivariano, un poco más cauto, le encuentra una
explicación menos favorable. Dicen que refleja el colapso del ala pirómana de
la oposición, pero no en beneficio del chavismo, sino del ala moderada-taimada. Desde este punto de vista,
el gran ganador de todo sería Capriles Radonski.
Los antichavistas de dicho sector parecen coincidir en que la
indolencia ante los 13 años y pico de cárcel aplicados a López no significa una
derrota para la oposición en su conjunto, sino para él en particular y, por
extensión, para María
Corina Machado, Diego Arria y demás villanos incendiarios. Es decir, que la
decisión judicial despeja la ecuación interna de la oposición, al menos por los
próximos tiempos, y de ella emerge Capriles como el único títere con cabeza.
En el ala pirómana, la interpretación es, por supuesto, muy
distinta. Aseguran que la tibia respuesta es producto del miedo que siente la
gente al protestar. Un destacado leopoldista dijo en Twitter que si a López le
clavaron casi 14 años, “a cualquier bobo le meten 30”. Una doña, con
pretensiones de analista sociológica, afirmó que el régimen ha logrado instalar
“la desesperanza aprendida” en la mente del opositor común.
Finalmente, un ni-ni (o presunto ni-ni) me dijo que la apatía no
es un rechazo a López o a la oposición únicamente, sino a toda la clase
política, a la controversia política… a la política, pues. Y remató su opinión
con una frase típica del ninismo: “¡La política, uf, qué ladilla!”.

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