El que se cansa pierde
Humberto Seijas Pittaluga
Confieso que —melindroso como soy con el empleo del idioma— estuve
tentado a quitar el “que” galicado y sustituir titulando: “Quien se cansa
pierde”. Pero me aguanté las ganas por
una doble razón: primero, porque esa forma de hablar es muy común entre los
venezolanos, quienes compensan con simpatía, vivacidad y hasta retrechería las
faltas de purismo en la conversación. Y, segundo, por respeto a quien puso de
moda la frase, hoy preso político del régimen y víctima de la venalidad de una
sayona que lo condenó sabiendo que ya tenía en su finísima cartera un pasaporte
diplomático y, presumiblemente, bastantes billetes verdes acreditados en una
cuenta.
Todos los diarios y noticieros radiales y televisivos del mundo
decente han informado del hecho de manera prominente. Porque es abochornante el hecho; pero los
medios de otros países menos civilizados, y quizás comprados por testaferros
del poder para lograr eso que ellos llaman “hegemonía comunicacional”,
prefirieron soslayarlo. Un ejemplo:
“Últimas Noticias” prefirió destacar otras noticias, que, si bien eran
medianamente importantes, no eran LA noticia en Caracas, en Venezuela y en todo
el mundo. Que lo hubiesen hecho “Vea” y
“El Correo del Orinoco (que lo hicieron) no era de extrañar, pero que “Últimas
Noticias la haya esquivado es muy diciente de lo bajo a lo que ha llegado la
redacción de ese diario; ctualmente en manos de un periodista muy sagaz y bien
formado pero hoy plegado a las huestes de la robolución.
En todo caso, la aflictiva y vergonzosa noticia se supo por los
pocos periódicos que no han caído en manos del régimen —por ahora, como dijo el
muerto viviente— y por las redes sociales.
Fue por ellas que supimos cómo la en mala hora jueza desechó evidencias
y rechazó testigos que demostraban la inocencia de Leopoldo. Y que, por el
contrario, incluyó “evidencias” tan deleznables como las opiniones de unos
presuntos especialistas en lingüística que dijeron que en las palabras de
Leopoldo había un “mensaje subliminal”.
Por poquito no llamó para que actuara como perita a una de las
intérpretes de señas que aparecen en el cuadrito a la derecha de la pantalla en
los noticieros.
El nombre de esa “jueza” retumbará por muchos años como el baldón
más horrendo en lo judicial y el ejemplo de deshonestidad más absoluta. No importa cuántos años pase en la sinecura
que consiguió en Chile. Al final de
esta, que por lo que presumo será más pronto que tarde, a su regreso a
Venezuela —si es que se atreve—más de uno le escupirá (aunque sea en sentido
figurado). Yo sería uno. Porque no se puede ser tan servil, tan
vendida a los deseos del hegemón, tan arrastrada por la mera conveniencia
pecuniaria. Tuvo hasta el tupé de
admitir la solicitud de los otros sayones, los de la Fiscalía, por el delito de
incendio, cuando este no ocurrió (está demostrado que no hubo daños materiales
en el sitio) y cuando, de haber sucedido, ya Leopoldo estaba en su casa, muy
lejos del lugar de los presuntos hechos.
Tanto, que se me ocurre exclamar como lo hacía un orate furioso que
había en Valencia (si los medios que publican mis escritos y los amigos que
reenvían estos consideran inapropiada la oración, tienen mi permiso y hasta mi
bendición para editarla), “¡hay que ver que esta hija de puta es bien
hijueputa!”
Para protestar por esta injusticia, y muchas otras más, yo voy a
marchar el sábado 19. No importa cuántas
amenazas hayan hecho los oficialistas, empeñados en incitar a los suyos a las
acciones violentas. Entre ellos, Jorge
Rodríguez, quien por ser psiquiatra y ser alcalde no debiera incitar la
división y el odio. Pero que lo hizo
este fin de semana en rueda de prensa, según reportaje que salió el domingo en
todos los medios. Quizás, por eso, es
que más me empecino en ir a marchar. A
eso convoco a todos mis lectores, en cualesquiera de las ciudades donde
estén. Porque el que se cansa
pierde. Y a ver si con la fuerza que
proviene del número de personas que marchan, los aupados por las incitaciones
gobierneras se convencen de que nos asiste la razón. Muchos de ellos, muy adentro, reconocen que
la sentencia fue injusta; que lo que se quiere con ella es amedrentar. Pero no lo lograrán.
Para finalizar, mis mejores palabras de reconocimiento y encomio
para Lilian Tintori; todas sus intervenciones en defensa de su marido y padre
de sus hijos —dentro y fuera del país— han sido impecables; no hay una palabra
que sobre, ni nada que no sea verdad. Chapeau para ella. A su padre, Leopoldo
López Gil, mi reminiscencia y aplauso por tantas cosas acertadas como las que
ha escrito, más que por su hijo, en defensa de Venezuela. Y a doña Antonieta, la nunca doblegada
madre, los versos que Reiner María Rilke le dedicó a un antepasado suyo, el
corneta Christopher Rilke: “Mi buena madre, siéntete orgullosa: yo llevo la
bandera…”

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