Cuando el histrionismo deviene
en ideología…
Humberto Seijas Pittaluga
…sucede lo que está ocurriendo en
Venezuela desde ya casi diecisiete años: el populismo se exacerba y acaba no
solo con la economía, el debido proceso, la sana competencia, el buen orden
social y el estado de derecho, sino que la buena educación, el respeto mutuo,
las costumbres honorables y la decencia también se van al perol de la
basura. Y todo, porque alguien que no
debió pasar de animador de un circo, de vendedor de pócimas en una feria o,
cuando mucho, locutor de una pequeña radioemisora barinesa se encuentra
investido de poder y con miles de millones de dólares que él creía que eran
suyos. En esto último, se parecía al
general Gómez, que no sabía diferenciar entre el erario y su hacienda. Pero, por lo menos, el Benemérito tenía un
respeto reverencial por el buen orden, la eficiencia y la inteligencia de los
demás. De hecho, recuerdo una
ilustración dada por Arístides Calvani durante una clase durante mi curso de Estado Mayor: “el presidente más
dócil que ha tenido Venezuela fue Gómez”.
Cuando los 18 alumnos nos recuperamos del asombro, le pedimos
explicaciones. Y con su voz de barítono
nos dilucidó la suspicacia y nos sacó de la perplejidad: como el general Gómez
se reconocía como inculto, poco docto, se rodeó de las intelectualidades más
preclaras de la Caracas de ese entonces y los designó ministros. Y siguió Calvani con una larga lista de
nombres: Gil Fortoul, Román Cárdenas,
Itriago Chacín, Caracciolo Parra, López Contreras y otros del mismo
calibre. Y concluyó afirmando que Gómez,
humildemente, no contrariaba sino que refrendaba lo que su gabinete le
presentaba. Caso contrario es el del
charlatán de fiesta patronal que nos tocó por catorce años (y que algunos dicen
que vive todavía). El tipo sabía de
todo; de agricultura, de relaciones exteriores, de educación. Una vez, contado por él mismo en cadena, tomó
un bisturí para hacerle una incisión a alguien que estaba en un quirófano. Irresponsables tanto el médico que, por
ponerse en la buena, le cedió el escalpelo, como el insensato que se mete en
una sala operatoria en medio de una cirugía y practica un acto quirúrgico para
el cual no tiene estudios. Pero como
sabía de todo…
Tanto sabía que nos dejó al “heredero”, un
tipo safio e ignorante del cual no se conoce su nacionalidad. Pero como “la patria es América”, no importa
lo que diga la Constitución acerca de las limitaciones para poder acceder a
ciertos altos cargos nacionales. No en
balde ha llegado a ser reconocido como “el ilegítimo”. Pero, a lo que íbamos: nos dejó a un inepto,
a un iletrado para que la gente del común pensara: “no es como mi
comandante”. Es lo que yo he dado en
llamar “el síndrome Solano López”, por aquello de “muera yo con la
patria”. El daño causado por el histrión
original, dejándonos a un necio, soso —pero que se las echa de chocarrero para
imitar al original—, ha sido tremendo para la vida de la república. No es que él sea el culpable de las largas
colas frente a los abastos, de la infame salud pública, de la baja calidad de
la instrucción que se imparte en las escuelas, de la claudicación ante el
colonizador cubano; no, el culpable es el histrión original, el de las cadenas
de seis horas que embobaban al pueblo.
Él fue quien con sus dispendios, su regaladera de plata, su populismo a
toda vela, quebró a la nación. El
insustancial, ahora, lo que ha hecho es empeorar la situación, llevarnos al
degredo, por no corregir el rumbo cuando todavía se podía salvar algo.
Del histrionismo desbocado, de los
discursos para la galería, solo nos ha quedado la grave división social que
sufrimos, el enfrentamiento visceral aun entre los miembros de una misma
familia, y la generalización de la pobreza.
Ya no existe clase media en Venezuela, todos hemos bajado uno, dos, tres
peldaños en la escala de la economía.
¿Será por diseño? Probablemente;
recordemos que la existencia de una vigorosa clase media es esencial para el
florecimiento de la democracia. Comparen
Cuba con Dinamarca, a Israel con Corea del Norte, a Somalia con Bélgica. Hasta las naciones que empezaron en ensayo
democrático después de la caída —mejor sería decir, “tumbada”— del muro de
Berlín, han progresado al paralelo del surgimiento de una clase media vigorosa;
un solo ejemplo: Polonia. En todo caso,
la pauperización nacional, nos lleva rumbo a Zimbawe, no hacia Suecia; ni
siquiera hacia Grecia. Pobres en todo,
no solo en los bolsillos. La falta de
verticalidad de los magistrados en el más alto tribunal y en los juzgados de
menos estatura, el sectarismo manifiesto dentro del dizque “poder moral”
—minúsculas ex profeso—, la sumisión venal (y hasta supina) de los altos mandos
de las Fuerzas Armadas, son también muestras de una pobreza de la peor clase:
la espiritual. Y todo, por escoger a un
chusco en vez de un estadista en las elecciones de 1998. Aquellos polvos trajeron estos lodos…

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