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martes, 20 de enero de 2015

Palabras edulcoradas por: Humberto Seijas Pittaluga

Palabras edulcoradas

Humberto Seijas Pittaluga

Uno de los lectores me reclamó el empleo de una frase “fisna” en mi escrito de la semana pasada: yo había escrito “sisar del erario” para explicar una de las pocas cosas en los que son muy buenos los actuales mandatarios –aunque ellos creen que son nuestros mandantes.  Pues el lector, con mucha razón, me exigía: “¡Diga las cosas por su nombre, eso se llama ‘robarse el presupuesto’!”  Y acepto públicamente el regaño no solo porque hay que decirle al pan, pan y al vino, vino sino porque me da pie para glosar otros eufemismos más que están muy de moda en esta sufrida tierra.

Hace un par de años, más o menos, Juan Gossain, uno de los mejores articulistas colombianos criticaba los embellecimientos indebidos del lenguaje.  De los ejemplos que ponía y recuerdo estaban eso de llamar en el "hermano país”, para usar otro embozo lingüístico: “pesca milagrosa” a lo que no pasaba de ser un acto violento por el cual unos guerrilleros trancan una carretera en dos partes de su recorrido y maltratan y desvalijan metódicamente a los viajantes que tienen la mala suerte de encontrarse en los vehículos atrapados entre esa suerte de longaniza amarrada en las dos puntas.  Otro ejemplo era el de disimular al chofer borracho, que es bien explicativo, bajo el sustituto embellecedor: “ciudadano que conduce bajo la influencia del alcohol”.  Cuenta de una tía suya a quien le parecía horrible el verbo: “capar”; explicaba dicha señora que era mejor referirse a esa “intervención quirúrgica que le hacen al mamífero canino una sola vez”.  Y la perla del escrito del señor Gossain era eso de llamar “disfunción eréctil” a lo que hasta hace poco se conocía como “impotencia”.  Añado yo, de entrépito, que esa condición ya no existe más gracias al invento del doctor Pfizer –quien debe estar sentado muy cerca de Dios, al igual que el señor Otis, el inventor de los ascensores; mister Carrier, el creador del aire acondicionado y el reverendo Dom Perignon, a quien debemos la champaña.

Pero regresemos a lo nuestro.  En el régimen abundan -además de jueces que justifican lo injustificable, nulidades engreídas pero con carné del PUS y peculadores millonarios- frases edulcoradas.  Empezando por eso de llamar “ajuste cambiario” a lo que en cualquier otra parte se le denomina “devaluación” ¿A quién creen que van a engañar con esa ambigüedad?  No a quien, después de insolarse en una cola para comprar lo más elemental, tiene que pagar más caro lo que necesitaba.  Aquí no hay “presos” sino “privados de libertad”.  Como si eso aliviara en algo las terribles condiciones en las que la Fosforito mantiene, ex profeso creo yo, a esas infortunadas personas.  Para seguirles el juego, vaya aquí mi reclamo para que la reina del Botox que dirige el Tribunal de la Suprema Injusticia y la mechi-oxigenada que mangonea en el Ministerio Impúdico entiendan que no es justo, ni legal, que mantengan en Ramo Verde y otras ergástulas peores a unos “privados de libertad por pensar diferente en materia política”.  Al igual, designar como “Consejo Supremo Electoral” a lo que no pasa de ser el “ente del gobierno que se encarga de maquillar los resultados electorales” es como mucho.  Dentro de poco, y en razón del infame manejo de la economía que hacen, les tocará hablar de “crecimiento negativo”, esa paradoja de los economistas avant garde que piensan que se puede crecer para abajo.

El eufemismo tiene su razón de ser: lo que busca es no ofender a otros, evitar vocablos que podrían resultar destemplados o desagradables; es una argucia sutil para dorar la píldora.  Es, por ejemplo, explicar que una señora con un derrière inmenso “sufre de esteatopigia”, o que “se parece a la Venus de Willendorf”.  Si la otra persona no recuerda las clases de bachillerato, el hablante queda muy bien.  Pero si se acuerda de que en Historia del Arte le mostraron una estatuilla antropomórfica femenina del paleolítico con abundante obesidad; o no se le olvidó que al estudiar raíces griegas le explicaron que steatos significa grasa, y pyge, nalga), el hablador ya no queda tan lucido.   

Y ya que de palabras griegas hablamos, “eufemismo”  deviene de dos raíces que implican “hablar de manera bonita”.  Lo malo es que los robolucionarios los emplean entendiendo mal a Hannes Mäder.  Cuando el alemán escribió: “todo aquel que pretenda imponer su dominio sobre el hombre ha de apoderarse primero de su idioma”,  lo hizo mientras escribía una crítica al social-nacionalismo.  Pero los nazis nuestros, tan dados a tomar el rábano por las hojas, emplean los eufemismos solo para mantener su impostura ante la nación, por hipócritas: excedidos de cinismo, emplean marrullerías para esconder su ineptitud y que lo grave de lo que está sucediendo es culpa de ellos.  Tratan de disimular lo inocultable: que tienen dieciséis años “colocando la nauseabunda deposición” y “miccionando por las exterioridades del recipiente”…


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