COLUMNA DE MARCOS MELÉNDEZ
YO QUIERO MI CHIKUNGUNYA
Por Marcos Meléndez
“El
opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios
oprimidos”
(Simone
De Beavoir)
De manos de mi madre y mi abuela aprendí algunas
supersticiones bucólicas que terminaron por volverse creencias o más bien
rituales incorporados a la cotidianidad.
Según la lógica de mis viejas rezanderas, si usted tomaba
tres sorbos de agua recolectada de la primera lluvia de mayo, usted era inmune
a cualquier enfermedad de tipo viral.
La enfermedad más temida, cuyo antídoto era la milagrosa
agua antes descrita, era una serie de imprecisiones médicas que mis viejas
describían como “mayo”. El mayo eran una serie de síntomas indefinidos como
“fogaje” “fiebre quiebra huesos” “vómito y diarrea” que se manifestaban a
partir de la proliferación de zancudos, moscas, ratas, y otras plagas propias
del invierno.
Esas doñas que custodiaron mi infancia de forma física y
mi adultez en forma espiritual, no tenían muy clara la diferencia entre el
mosquito tigre, el aedes aegiptys o el anopheles; solo sabían que, se debían
guardar las botellas boca abajo cuando estuvieran vacías, tapar el “perol” de
agua con una tapa (o un pedazo de algo) para que “al agua no le salieran
clavitos”. Si esta receta simple resultara infructuosa y aun así aparecieran
zancudos, nada mejor que quemar el
cartón donde venían los huevos y “humear” la casa para “espantar la plaga”.
Si aun así alguien enfermaba del enigma médico conocido
como “mayo” -que aparecía entre mayo y diciembre todos los años- la receta
efectiva era compresas frías, agua de coco, sopa de patas de gallina y unos
correazos si el paciente decidía salir de la cama sin permiso.
La conciencia sobre mis orígenes, me hacen observar con
extrañeza un entorno aversivo y hostil, donde mis contemporáneos -de orígenes
similares a los míos- sienten vergüenza de quienes son y pretenden desconocer
las enfermedades tropicales que año a año se repiten en toda América Latina y
haciéndose los sorprendidos como si fuesen ellos unos visitantes nórdicos que
nunca padecieron “mayo”.
La clase media venezolana considera una raya ser picado
por un aedes aegiptys. Ahora lo “in” es ser picado por un “mosquito tigre”.
Nadie mete un reposo en el trabajo por dengue,
mononucleosis o un simple cuadro viral, ahora a todos les da “chikungunya” que
es el último grito de la moda en enfermedades tropicales.
Nuestra clase media (que es media gracias a la
eliminación de los créditos indexados y la cuota balón que les tuvo la vida
podrida en los ochenta y noventa) manifiesta síntomas de nuevo-riquismo
entrando en crisis cuando no consigue suero oral o gatorade para hidratarse
ante los síntomas del deseado chikungunya. Entra en shock si le venden
acetaminofén, porque “necesitan” teragrip, tera flu, atamel o cualquier otra
lavativa, que a la postre es acetaminofén pero en cajitas de colores o
presentado por un modelo catire disfrazado de médico en la publicidad.
A sabiendas del “chikungunya mental” de algunos
compatriotas, los laboratorios hacen su agosto vendiendo medicamentos con el
apellido “plus” que lejos de ser algo nuevo, es el mismo acetaminofén, pero en
presentación de mayor cantidad de miligramos y con una cajita más llamativa.
Para algunos médicos el chikungunya cae como anillo al dedo,
porque pueden exprimir al paciente mandándole a hacer cualquier cantidad de
exámenes innecesarios que el enfermo se hará religiosamente porque estará
investigando sobre una “enfermedad desconocida” que podría hasta ser ébola, y,
si el médico no logra curarle, se evita cualquier problema diciéndole al
resignado enfermo “Usted tiene chikungunya: Una extraña enfermedad originada
por Nicolás Maduro y Tarek el Aissami quienes trajeron unos muchachos
contagiados desde Palestina”. Así se libra de la culpa de haberle hecho gastar
todo su dinero en exámenes y lavativas cuando lo que necesitaba era reposo
acetaminofén y agua.
Tal imprecisión, sólo era aplicable a un brujo
chamarrero, pero ya algunos galenos se dan la misma licencia de cobrar en
efectivo, no pagar impuestos y diagnosticar al ojo porciento sin temor a
ninguna represalia jurídica por falta de rigurosidad científica. Al estilo de
los seguidores de Don Nicanor Ochoa, pero con tarifas más altas.
Lamentablemente buena parte de nuestra población,
altamente mediatizada, padece los biorritmos de la moda y desconoce quiénes
somos, cayendo en la trampa del enemigo gritando inconscientemente “Yo quiero
mi chikungunya” para estar a la moda y ponerse a tono con el discurso de
quienes les explotan, engañan y estafan sistemáticamente.
@marcosmelendezm
marcosleonardove@yahoo.com
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