Producciones El Monje de Camoruco

Producciones El Monje de Camoruco
Publicidad, asesorías, manejo de redes, asistencia virtual, información, opinión, variedades y otros.

PUBLICIDAD

PUBLICIDAD
Lay Yin China Bistró #AlgoMásQueUnRestaurant Con el orgullo y el prestigio de la Familia Chang.

miércoles, 15 de octubre de 2014

YO QUIERO MI CHIKUNGUNYA Por Marcos Meléndez

COLUMNA DE MARCOS MELÉNDEZ
YO QUIERO MI CHIKUNGUNYA
Por Marcos Meléndez

“El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”
(Simone De Beavoir)

De manos de mi madre y mi abuela aprendí algunas supersticiones bucólicas que terminaron por volverse creencias o más bien rituales incorporados a la cotidianidad.

Según la lógica de mis viejas rezanderas, si usted tomaba tres sorbos de agua recolectada de la primera lluvia de mayo, usted era inmune a cualquier enfermedad de tipo viral.

La enfermedad más temida, cuyo antídoto era la milagrosa agua antes descrita, era una serie de imprecisiones médicas que mis viejas describían como “mayo”. El mayo eran una serie de síntomas indefinidos como “fogaje” “fiebre quiebra huesos” “vómito y diarrea” que se manifestaban a partir de la proliferación de zancudos, moscas, ratas, y otras plagas propias del invierno.

Esas doñas que custodiaron mi infancia de forma física y mi adultez en forma espiritual, no tenían muy clara la diferencia entre el mosquito tigre, el aedes aegiptys o el anopheles; solo sabían que, se debían guardar las botellas boca abajo cuando estuvieran vacías, tapar el “perol” de agua con una tapa (o un pedazo de algo) para que “al agua no le salieran clavitos”. Si esta receta simple resultara infructuosa y aun así aparecieran zancudos, nada mejor que  quemar el cartón donde venían los huevos y “humear” la casa para “espantar la plaga”.

Si aun así alguien enfermaba del enigma médico conocido como “mayo” -que aparecía entre mayo y diciembre todos los años- la receta efectiva era compresas frías, agua de coco, sopa de patas de gallina y unos correazos si el paciente decidía salir de la cama sin permiso.

La conciencia sobre mis orígenes, me hacen observar con extrañeza un entorno aversivo y hostil, donde mis contemporáneos -de orígenes similares a los míos- sienten vergüenza de quienes son y pretenden desconocer las enfermedades tropicales que año a año se repiten en toda América Latina y haciéndose los sorprendidos como si fuesen ellos unos visitantes nórdicos que nunca padecieron “mayo”.

La clase media venezolana considera una raya ser picado por un aedes aegiptys. Ahora lo “in” es ser picado por un “mosquito tigre”.
Nadie mete un reposo en el trabajo por dengue, mononucleosis o un simple cuadro viral, ahora a todos les da “chikungunya” que es el último grito de la moda en enfermedades tropicales.

Nuestra clase media (que es media gracias a la eliminación de los créditos indexados y la cuota balón que les tuvo la vida podrida en los ochenta y noventa) manifiesta síntomas de nuevo-riquismo entrando en crisis cuando no consigue suero oral o gatorade para hidratarse ante los síntomas del deseado chikungunya. Entra en shock si le venden acetaminofén, porque “necesitan” teragrip, tera flu, atamel o cualquier otra lavativa, que a la postre es acetaminofén pero en cajitas de colores o presentado por un modelo catire disfrazado de médico en la publicidad.

A sabiendas del “chikungunya mental” de algunos compatriotas, los laboratorios hacen su agosto vendiendo medicamentos con el apellido “plus” que lejos de ser algo nuevo, es el mismo acetaminofén, pero en presentación de mayor cantidad de miligramos y con una cajita más llamativa.

Para algunos médicos el chikungunya cae como anillo al dedo, porque pueden exprimir al paciente mandándole a hacer cualquier cantidad de exámenes innecesarios que el enfermo se hará religiosamente porque estará investigando sobre una “enfermedad desconocida” que podría hasta ser ébola, y, si el médico no logra curarle, se evita cualquier problema diciéndole al resignado enfermo “Usted tiene chikungunya: Una extraña enfermedad originada por Nicolás Maduro y Tarek el Aissami quienes trajeron unos muchachos contagiados desde Palestina”. Así se libra de la culpa de haberle hecho gastar todo su dinero en exámenes y lavativas cuando lo que necesitaba era reposo acetaminofén y agua.

Tal imprecisión, sólo era aplicable a un brujo chamarrero, pero ya algunos galenos se dan la misma licencia de cobrar en efectivo, no pagar impuestos y diagnosticar al ojo porciento sin temor a ninguna represalia jurídica por falta de rigurosidad científica. Al estilo de los seguidores de Don Nicanor Ochoa, pero con tarifas más altas.

Lamentablemente buena parte de nuestra población, altamente mediatizada, padece los biorritmos de la moda y desconoce quiénes somos, cayendo en la trampa del enemigo gritando inconscientemente “Yo quiero mi chikungunya” para estar a la moda y ponerse a tono con el discurso de quienes les explotan, engañan y estafan sistemáticamente.

@marcosmelendezm

marcosleonardove@yahoo.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

mdc