Argumenta
Humberto Seijas Pittaluga
Creo que
soy uno de los pocos venezolanos que se ha leído completico el Diario de
Debates de la Asamblea Constituyente.
Pero no por gusto, sino porque me tocó.
Estaba yo en funciones de gobierno cuando se promulgo la Constitución
vigente y me vi en la necesidad de encontrar la justificación de algunos
artículos que iban a tener incidencia en mis funciones. La mera lectura de dichos artículos no me
satisfizo, así que me fui a la Exposición de Motivos. Que me pareció de una pobreza absoluta: no se
explicaban las razones que justificaban la norma; básicamente, se repetía el
texto del artículo y, en algunos casos, se agregaba una explicación
somera. En razón de eso, y recordando
algo que el Flaco Figueroa explicó en una de sus clases de derecho, busque en la
fuente de la discusión: el fulano Diario de Debates. Por contactos en el Palacio Federal,
conseguí, en trece disquetes, todas las argumentaciones —si se les puede llamar
así— esgrimidas en las plenarias del cuerpo constituyente. Pero sin índice, ni organización. De allí, que me hubiese tocado leerme ese
mollejero de discursos, ripiosos en la mayoría de los casos.
Las
razones aludidas y manifestaciones expresadas por los constituyentes podían ser
un muestrario de los argumenta que
nos tocó estudiar en Lógica. El más
frecuente que encontraba era el argumentum
ad populum. No eran análisis o
explicaciones dirigidos a los colegas que debían redactar el texto
constitucional, sino apelaciones al público en el balcón del hemiciclo;
auténticos brindis al tendido de sol para ganarse la buena voluntad del
“soberano”. Por ejemplo, cuando se
discutía lo referido a la seguridad y a los cuerpos que deben proveerla, lo
frecuente era que, después de gastar un par de minutos saludando a “los agentes
de policía, vigilantes de tránsito y bomberos que están en la barra”, se
desperdiciaran cinco más ofreciendo que en el articulado se iba a incluir una
disposición referida a los estupendos sueldos que irían a percibir “esos
sufridos servidooores púuuublicos”. Pero
el meollo, de por qué es esencial la seguridad para la vida de la repúblicas,
nanay.
Estaban,
los “padres constituyentes”, practicando para lo que sería la práctica usual
posterior, cuando ya estaban en la manguangua.
Si algo ha abundado en estos dieciséis años de escaseces —en la cual la
más notoria es la ausencia de pensamiento sensato entre las autoridades— son
los sofismas populistas, las falacias que
buscan mantener al pueblo embobado, creyendo en ellos a pesar de la
inverecundia e ineptitud que los caracteriza.
El otro
argumento derrochado por los rojos-rojitos es el ad hominem. Y para eso —al
igual que para robar— es que han resultado muy buenos. Por herencia. Porque hay que reconocer que,
en eso, el muerto difunto que falleció era toda una estrella: de su magín son
“escuálido”, “apátrida”, “pitiyanqui” y otras lindezas más que empleaba para
referirse a quienes osasen opinar diferente.
Pero, claro, él nunca se sintió el presidente de todos los venezolanos;
lo fue de la mitad que creía en él. Para
los demás, de inquisidor no pasaba. Y,
eso, cuando estaba de buenas. El
ilegítimo va por la misma senda, imitándolo en todo, menos en recular cuando la
táctica así lo recomienda. Este va
constantemente embistiendo, enceguecido —pobrecito, es que tiene pocas luces—,
tratando de desacreditar a quien percibe como enemigo por su origen, educación,
status social o pasado. Y, cuando lo
confrontan, le pasa lo que a Tío Conejo con el muñeco de brea: se queda pegado,
sin capacidad de reacción y todo percudido.
Por eso
mismo es que, cada vez con más frecuencia, no le queda otro recurso que la
apelación al argumentum ad baculum; al empleo abusivo
y de lo más descarado de la fuerza. No ha terminado de proferir la amenaza cuando
ya están los colectivos repartiendo golpes y tiros contra los
antagonistas. Y los fiscales y jueces privando
de la libertad a quienes tengan la osadía de ejercer el derecho a protestar que
tienen. Es que los rojos siguen creyendo
fielmente que la fuerza es la fuente del derecho. Y yo reitero por enésima vez la pregunta: si
el socialismo es tan bueno, ¿por qué hay que imponerlo a los carajazos? Es tal la contundencia del argumento con el
garrote que ya ha pasado a convertirse en argumentum ad terrorem. Pero, ni aún así…
Y no les
queda otra. Es que no pueden apelar al argumentum ad verecundiam porque de
las alturas no percibimos ilustración, prudencia, autoritas. En la cúpula, todo es mediocridad, rancho mental, conuco meníngeo.
A quienes queremos ver a Venezuela mejor dirigida,
hacia puerto seguro, no nos queda sino denunciar muy seguido. Tratar de que las masas entiendan que la
patria es más que mera sobrevivencia, que es la herencia que hemos de dejar a
hijos y nietos. Y, por tanto hay que
acrecentarla. Para ello, un arma muy
conveniente es la reductio
ad absurdum —prometo que este es el último latinajo de hoy—, la demostración de la falsedad
de lo afirmado por el régimen mediante inferencias válidas
que demuestren lo absurdo de lo argumentado.
Por ejemplo: “Si la CIA y Uribe hicieron una vaca de 500 mil dólares,
¿por qué los supuestos sicarios no tenían sino un pica-hielo? Es que, según explicó un personaje histórico:
“del ridículo es de la única dimensión de la cual no se regresa…”
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