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martes, 26 de agosto de 2014

¡Entiende, se trata de la economía! Por: Humberto Seijas Pittaluga

¡Entiende, se trata de la economía!
Humberto Seijas Pittaluga
Hay una escena que veo con dolor todos los días: la del pocotón de gente haciendo colas en las cercanías del abasto Bicentenario.  Llueva o haga sol, uno los ve, pobrecitos, esperando que el miliciano gordinflón y bien mayorcito de edad decida abrir el brete por donde canaliza la cola para comprar la harina Pan, el aceite, la leche en polvo, o lo que la “magnanimidad” oficial haya decidido proveer ese día.  Y pensar que hace unos pocos años, a ti te parecía poco creíble cuando alguien que había regresado de Cuba te contaba que la gente salía (todavía sale) con una bolsa plástica vacía en el bolsillo para, al apenas ver una cola, meterse en ella y tener donde guardar lo que iba a conseguir, sin saber siquiera qué era lo que iba a obtener.  Y sin saber si lo iba a lograr, porque probablemente, al rato un miliciano —menos rechoncho y entrado en años que el nuestro—  iba a informar que se había acabado lo que la chochocracia cubana y sus cómplices venezolanos nos habían sustraído para venderlo allá.

Hoy estamos igualitos que eso que el finado difunto que se murió llamó, con hipérbole, “la isla de la felicidad”.  ¡Ah, pero con un plus!  Allá, la tarjeta con la que se limita los productos que pueden ser comprados sigue siendo un cuadernito con tapas de cartulina, mientras que la de aquí va a ser digitalizada.  O sea, “Racionamiento 2.0”.  Y asesorada por el CNE y la eterna Tibisay, a quien los rojos no quieren relevar a pesar del fin de su período, porque les ha resultado buenísima en eso de garantizar éxitos al oficialismo y en hacerse la loca para pedir partidas de nacimiento. 

Y, al igual que en Cuba, los jerarcas del régimen, de Platanote para abajo, recitan los mismos versos justificatorios para tratar de ocultar su incapacidad y su corrupta rapacidad.  La culpa es del imperio maluco, de los especuladores despiadados, de los escuálidos disfrazados de empresarios, de los enemigos saboteadores.  De todo el mundo, excepto ellos.  Uno de los ejemplos más recientes de esa mojiganga es lo que ha declarado varias veces el “perpicaz” superintendente de Precios Injustos.  Según él, luego de reiterar que las medidas de “control biométrico” no son para establecer un racionamiento, sino para evitar el “sabotaje para culpar al gobierno de las colas”.  ¡Necio, no mires las colas de adentro —que son más la consecuencia de la nefasta Ley del Trabajo, que incita al ausentismo laboral, que culpa de la gerencia!  ¡Mira las de afuera, que son quince y veinte veces más grandes!  Y que son causadas por el raquítico suministro que ustedes hacen de los productos.  Porque, en su intento de igualar por debajo a todos, arruinaron ex profeso, a los productores nacionales y a las comercializadoras grandes pero no fueron capaces de igualarlos en eficiencia.  No se percataron de lo que explicaba Pero Grullo: “quien mucho abarca, poco aprieta”.

¿Cuántas horas-hombre se han perdido en las colas?  Unos, haciéndolas, y otros, vigilándolas.  La mamá a la que le tocar hacer una larga fila para comprar pañales —con el agravio añadido de tener que llevar la partida de nacimiento del hijo para probar que no es una acaparadora—, ¿no estaría cumpliendo un mejor papel si estuviese al lado de ese niño, queriéndolo y enseñándole cosas nuevas?

En todo caso, no conozco un país civilizado (ni uno incivilizado, aparte de Cuba y nosotros) que deba racionar —que no racionalizar— las compras de alimentos.  Ni de nada.  ¿Habrá algo más criminal que eso de no permitir que las farmacias tengan toda la gama de medicamentos requeridos para mejorar la salud?  La actitud de los consumidores no se debe a afanes especulativos, ni de acaparamiento insensato, sino a mera precaución porque, ¿y si no vuelve?  En mi caso, una pastilla que tomo hace como treinta años está desaparecida de las farmacias, droguerías y boticas desde hace más de tres meses.  No me voy a morir si no me la tomo, pero sí va a condicionar mi vida con posibles dolencias.  Que quede bien claro, cuando aparezca, si es que aparece, no voy a comprar una cajita; ¡voy a comprar todas las que pueda!  Pero hay casos peores, como los oncológicos, donde la disciplina en los tratamientos es esencial.  Y se ve condicionada por la escasez de drogas antineoplásicas.  ¡Eso sí es criminal, bobo!  Si puedes trata de que el “avispado” de tu jefe lo entienda.  Es más, llévale de regalo el letrerito que tenía Clinton sobre el escritorio.  Pero debidamente traducido porque el nortesantandereano es duro para los idiomas.  Que diga: “¡Es la economía, estúpido!”

Pero que no te lo va a aceptar.  Porque la tarjeta de racionamiento, además de tratar de hacer rendir los productos que escasean debido a la incuria, la corrupción y el paterrolismo oficiales, es un excelente instrumento de control y coacción sociales.  Porque ahí sí que es verdad que el monopolio de todos los productos de la dieta humana estarán en manos del régimen.  Por eso, es que todos los venezolanos (sin importar cómo se piensa en política) debemos oponernos al intento de racionamiento electrónico (o de cualquier otro tipo).  Eso no pasa de ser otra imposición de los colonizadores cubanos.  Lo que quieren es que nosotros nos abstengamos de comer, y que Nikolai, ¡tan aventajado alumno en la escuela comunista donde estudió!, les siga mandando todo lo que nos quita de la boca a nosotros. 

Lo que me hace recordar algo que, muy acertadamente, explicó Forrest Gump: “estúpido es quien comete estupideces…”



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