#Opinión:
Columna del
General Humberto Seijas Pittaluga @seijaspitt
Sesquipedalia
Vergüenza debiera darles…
…pero
decidieron perderla para poder vivir a gusto.
Me refiero a los ministros del régimen que aceptaron con su cara muy
lavada la afirmación hecha por el cabecilla de la banda acerca de que de ahora
en adelante el embajador de Cuba iba a formar parte del Consejo de
Ministros. Todos, a una, asintieron con
obediencia perruna esa decisión que se les imponía; la cual, a su vez, era una
coerción que Raúl —el más conspicuo representante de la gerontocracia
colonizadora cubiche— le impuso a su vasallo, el usurpador ilegítimo. ¿No hubo ni uno solo de ellos que pidiera releer
en gabinete, en voz alta, el artículo Art. 244 de la “mejor Constitución del
mundo”? Aquel en el que se tipifica que
“para ser Ministro o Ministra se requiere poseer la nacionalidad
venezolana”. Apartando ese tipo de
redacción tan progre —que tanto entusiasma a los socialistas ignaros—, con
exceso de especificación de los dos sexos para todos los cargos, y con demasía de
mayúsculas, hay algo sustantivo a la soberanía que ha sido despreciado descaradamente
en una cadena nacional de radio y televisión.
Pero que los ministros prefirieron callar; quizá porque ya están
acostumbrados: desde hace mucho les han sido impuestos viceministros y otros
altos cargos nacidos en Cuba, quienes son los que dictan las líneas de acción
del área.
Pero
quien más soflama en la cara debiera tener es el MinPoPoDef, el tal Padrino,
porque se presume que es el representante en dicho Consejo de Ministros de la
Fuerza Armada Nacional, una institución “organizada por el Estado para
garantizar la independencia y soberanía de la Nación”. Aunque durante su ya prolongada gestión ha
sido cuando más pérdida de ambas ha sufrido el país. Es notoria la declinación del estamento
militar tanto en su capacidad de defensa del territorio (no importa cuánto se
vanaglorien de lo que han logrado en esto), como en la estima de la
ciudadanía. Por decisión ejecutiva, ya
no pasan de ser algo parecido a los ejércitos centroamericanos: un órgano
destinado a amedrentar a sus paisanos con el empleo de la fuerza si se atreven
a intentar ejercer sus derechos, exigir la rectitud de las ejecutorias públicas
o poner en duda el pensamiento único que tratan de forzar desde hace ya largos
veinte años. Y vuelvo a la pregunta que
he repetido innumerables veces por aquí: si el socialismo es tan bueno, ¿por
qué tienen que imponerlo a la fuerza?
La
Fuerza Armada gozaba de admiración y de respeto; sus integrantes eran bien
vistos y estimados socialmente. Porque el
militar, además de institucionalista, correcto y —parafraseando una disposición
reglamentaria que se ha repetido por más de un siglo— era “culto en su trato,
aseado en su traje, marcial en su porte, respetuoso con el superior, atento con
el subalterno, severo en la disciplina, exacto en el deber e irreprochable en
su conducta”. Pero ya no más.
Ahora,
cuando se les ve, los jefes van en sus camionetotas, rodeados de espalderos,
disfrutando de las riquezas con las que han sido comprados desde los lejanos
días del Plan Bolívar 2000. Y los
subalternos —avergonzados por aquellos y sufriendo las mismas escaseces que el
resto del pueblo— ya ni se atreven a salir a la calle de uniforme cuando salen
de permiso. Solo lo emplean cuando son
enviados a suprimir manifestaciones, a golpear a sus paisanos. Por eso, y por la estereotipificación,
aquellos que antes gozaban de estima, respeto y hasta admiración, ahora son
odiados, despreciados y objetos de befa.
Cuando
este régimen caiga —porque ha de caer—, una de las tareas de la nueva
administración deberá ser reinstitucionalizar a la Fuerza Armada. Y redimensionarla y, sobre todo, sacarla de la política. En su afán de evitar que nadie le hiciera
sombra, Boves II empleo tres vías en el sentido contrario sin importarle el
daño que le causaba a aquella: empezó por decir en cadena que “meritocracia” e
“institucionalismo” eran malas palabras y procedió a acabar con ellas. Todos los oficiales que tenían ascendiente
sobre sus compañeros y subalternos, que eran reconocidos por sus virtudes y
conocimientos, fueron dados de baja, dejados sin cargo, enviados al exilio o
puestos presos. Los reemplazó buscando
en el fondo del barril, con los menos destacados, los menos virtuosos. Después, para diluir el mando y así evitar el
surgimiento de un líder, atiborró de generales y almirantes al estamento
militar. Luego, comenzó a corromperlos
para tenerlos uncidos a su carro. Era
(continúa siendo) una táctica chantajista, mafiosa: si te portas como digo, te
llega mi dinero; si no, muestro la copia del cheque indebido, del documento
comprometedor, y te pongo preso. Y, la
guinda de la torta, inventó una fuerza armada paralela, más fiel al partido que
a la nación: las milicias.
Nuevamente, la imposición cubana: convertir lo que era “una
institución esencialmente profesional, sin militancia política”, en un
organismo dúctil, cercano al partido, que facilite más la colonización: la
milicia. Recientemente, circuló un
radiograma en el cual, un chafarote encumbrado ordena que las plazas vacantes
ocurridas en las unidades por la masiva deserción de oficiales y tropas que se
sienten engañados, desilusionados, sean cubiertas por milicianos. Un par de años antes, el tirano mofletudo
había asomado esa tendencia cuando le ordenó al comandante de la GNB (tan
distinta a la GNV) dar de alta en ese cuerpo a otros tantos milicianos. Por
cierto, por lo que se vio en la televisión, todos carcamales…
Por eso, insisto: hay que salir de esta gente que no
demuestra vergüenza alguna en el desempeño de sus cargos. Y para eso, tenemos que estar unidos…
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