Columna del General Seijas Pittaluga
¿De
cuál libertad hablan?
Todo
el fin de semana pasado, se llenaron las bocotas alardeando de que, como un
gesto de reconciliación y facilitación del diálogo, le habían concedido la
libertad a un grupo de personas encausadas por dizque “conspirar contra la
estabilidad democrática” y demás zarandajadas parecidas. Especialistas que son en eso de montar shows,
organizaron un espectáculo para que urbi
et orbi se conozca la magnanimidad de Nikolai y su combo. Porque, dejémoslo claro, la función no estaba
dirigida a lo interno del país sino a la escena internacional. Si no, ¿a cuenta de qué se presentó la farsa en
la Casa Amarilla, la sede del MinPoPo de Relaciones Exteriores? Lo que intenta el régimen es lavarse la cara
en un tiempo en el cual ya todos los países serios —recalco, los serios— han
tomado medidas en contra de la pandilla que desmanda desde Ciliaflores. Total, que en una cosa que uno no sabe si
tildarla de tragicomedia, melodrama, o mero sainete, les hicieron saber a unas
veintenas de “privados de libertad” (para decirlo con el eufemismo oficialista)
que les concedían la ídem. Pero, eso sí,
presentándose periódicamente ante los organismos represores, sin poder declarar
ante los medios, sin libertad de moverse por el territorio y con prohibición de
comentar acerca de sus juicios o sus sitios de reclusión. Si es así, me van perdonar, pero eso será
cualquier cosa menos libertad.
Por
tanto, la espada de Damocles sigue pendiendo sobre sus cabezas. Cualquier funcionarito de tercera puede
decidir que se han “violado” las condiciones y volver a meter en chirona al
“beneficiario”. De hecho, una de las
noticias del domingo fue que a uno de los que iban a ser “liberados” lo dejaron
encerrado porque se le ocurrió pronunciar un par de estrofas del Himno
Nacional: “gritemos con brío, ¡muera la opresión!” Cosa que, según el régimen, es una frase
subversiva porque, ¡imagínense, sugiere que hay que acabar con los opresores!
Para
abultar los números de los presos políticos “liberados”, vivos que son (o creen
ser), metieron en la lista a varios delincuentes ordinarios y los hicieron
aparecer como opositores revoltosos.
Menos mal que existen las redes sociales: al ratico, ya se sabía de la
triquiñuela que intentaban y quedaron al descubierto, inclusive fuera de
nuestras fronteras. La noticia que
dejaba clara la patraña la escuché por cuatro telediarios: TVE, RAI, CNN y
DW. Me imagino que las televisoras de
otros países también transmitieron informaciones parecidas. O sea que, como dijo el muerto que vive
alguna vez: “los objetivos (…) no fueron logrados”.
Lo
que no podemos dejar de hacer notar es que los intentos de reprimir a la
población siguen iguales, solo que con alguna diferencia: por la puerta rotatoria,
al tiempo que salen algunos civiles, entran uniformados. El régimen cree que ya tiene atemorizada a la
población (¡qué caídos de la mata están!) y ahora llegó el turno de amedrentar
al estamento militar. Que, en mucho y al
igual que el resto de la nación, sufre privaciones, carece de los más
elementales servicios, ve desvanecerse las esperanzas de un futuro brillante, o
al menos digno. Porque —que quede bien
claro— solo una minoría de uniformados es la que se está lucrando
indebidamente, detentando cargos de la administración civil, deleitándose con
las canonjías que les concede la cúpula ejecutiva. El mundo militar venezolano siempre fue un
fiel reflejo de la población. Todavía
hoy, y a pesar de las purgas, exilios, encarcelamientos, eso es así. Por tanto, si más del ochenta por ciento de
la nación tiene una opinión desfavorable de Nicky y su pandilla, en lo interno
de las Fuerzas Armadas, debe haber una proporción igual.
De
allí, entonces, el empleo indebido, desvergonzado, del Código Orgánico de
Justicia Militar; la designación de jueces y fiscales militares que por dentro
exclaman “¡Uh, ah!” y por fuera disparan por ráfagas imputaciones por “traición
a la patria” y “contra el decoro militar”.
Dos delitos que están taxativamente enunciados, que tienen ordinales
bien precisos, que no aguantarían un solo empujón de lógica jurídica si
estuviésemos en un Estado de Derecho
Que no estamos. Solo con ver
cuántas personas siguen sufriendo, aherrojados en las cárceles del régimen,
luego de meses de haberse emitido órdenes de excarcelación en su favor bastaría
para confirmar lo dicho. Solo con notar
que en lo penal militar, contrariando lo que tipifica el Art. 261
constitucional, el cual especifica que “se regirán por el sistema acusatorio”
sigue imperando el modelo inquisitivo que nos viene desde las Ordenanzas
Militares de Carlos III.
Salgo
de la digresión y retomo el tema de los delitos: El Art. 464, que se refiere a
la traición a la patria, trae 29 ordinales, ninguno de los cuales les cuadra a
los oficiales retenidos actualmente. Más
bien, por el contrario, el ordinal 2° retrataría al ilegítimo en su desmedido
favorecimiento a Cuba: “Facilitar al enemigo exterior la entrada a la
República…” Y los referidos al decoro
militar que van del Art. 560 en adelante tampoco pueden ser imputados pues se
refieren a cosas como embriagarse en actos del servicio, comentar por la prensa
asuntos relacionados con el servicio, cometer “actos que lo afrenten o rebajen
su dignidad” y realizar ¡“actos sexuales contra natura”! ¡Válgame Dios!
Delsy
Eloína, si creías que con la patraña de la Casa Amarilla le ibas a lavar la
cara al régimen, conseguir que los países serios les quitaran las sanciones, y
legitimar la ilegal constituyente cubana que tú presides; pues te pasó igualito
que cuando te pusiste el cabestrillo para hacer creer que las autoridades que
no te dejaron entrar a una reunión a la cual no estabas invitada te habían
lesionado: que nadie te creyó…
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