Columna de Eduardo Fernández
Contra
corriente
A través de
toda mi vida, me ha tocado nadar contra corriente. Cuando me inicié en la
política, la corriente predominante decía que la política era una actividad
sucia, reservada para bribones y estafadores. En esos días leí una frase del
papa Pio XII según la cual “la política es la forma más excelsa de la caridad
después de la religión”. Entonces decidí, nadando contra la corriente,
perseverar en la política.
Durante mis luchas juveniles, la corriente prevaleciente
era la izquierda, el marxismo, el comunismo. La mayoría de los jóvenes de
aquella época consideraba que la historia avanzaba inexorablemente hacia el
“paraíso comunista”. En aquellos años se produjo la Revolución Cubana que vino
a ser como la confirmación de la tesis que sostenía que el futuro sería
comunista.
Entonces me tocó de nuevo, nadar contra la corriente.
Con toda convicción abracé las banderas del humanismo cristiano. Me inscribí en
un partido que entonces apenas llegaba al 10% de los votos.
Años más tarde, me tocó enfrentar el empeño
re-releccionista de dos distinguidos venezolanos: Rafael Caldera y Carlos
Andrés Pérez. En ambos casos aconsejé en la dirección contraria a la corriente.
En ambos casos prevaleció la opinión contraria a la mía. Creo que en ninguno de
los dos casos lo que se hizo fue conveniente ni para el país, ni para la figura
histórica de esos distinguidos compatriotas.
En febrero de 1992 hubo un intento de golpe de estado
contra las instituciones. No vacilé en condenar aquel acto salvaje. Al día
siguiente sentí que había una significativa corriente de opinión que aplaudía
la acción de los bárbaros. Había aconsejado que no se reeligiera a Carlos
Andrés Pérez. Después aconsejé, que una vez que lo habían reelegido lo dejaran
terminar su período constitucional.
Poco tiempo después me opuse a la elección de Hugo
Chávez. La mayoría acudieron a las urnas electorales votó por hacerlo
presidente.
Nadé contra la corriente cuando se convocó a una
Asamblea Constituyente que lo único que perseguía era el poder absoluto para
los bárbaros. Me sentí como “la voz del que clama en el desierto”. La mayoría
de los venezolanos apoyó aquel proceso que condujo a lo que estamos padeciendo
desde hace 20 años.
También nadé contra la corriente cuando me opuse a la
política abstencionista en 2005 que le permitió al chavismo tener el control
absoluto de la Asamblea Nacional para legislar a su antojo.
Ahora también me ha tocado nadar contra la corriente.
Entre votar y no votar, aconsejé votar. La mayoría se inclinó por no votar.
Entre la paz y la violencia, me incliné por la paz. Entre Maduro y Falcón
preferí a Falcón.
Seguiremos conversando
@EFernandezVE
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