Columna del General Seijas Pittaluga
Yo
no olvido al año viejo
La
canción que comienza así, como aparece en el título, es un clásico en las
fiestas de fin de año en muchos países de Hispanoamérica y el Caribe. Pero, desafortunadamente, y por vez primera, la
mayoría de los venezolanos no podremos pasar de la primera estrofa. Porque eso de continuar diciendo: “que me ha
dejado cosas muy buenas…” es algo que muy pocos paisanos podrán afirmar. A menos que sean de los enchufados,
claro. Para los demás, este ha sido un
año de amarguras, de desasosiego, de escaseces, de angustias por la medicina
que no se consigue, de adioses a miembros de nuestras familias a quienes,
quizá, no volvamos a ver, de gente que se queda sin trabajo porque a la empresa
no le quedó sino cerrar, de comerciantes que ven con dolor cómo el esfuerzo de
muchos años quedó desvalijado por las turbas azuzadas por los mismos
uniformados que debieran, más bien, mantener el orden interno. Todo lo anterior, maquinado por mentes siniestras
(y para colmo, extranjeras) que necesitan seguir como las garrapatas: chupando
del animal, al cual desangran hasta que muere.
Pero, peor, ejecutado por venezolanos que se han regalado a esos
extranjeros y que están más pendientes de que en La Habana no falte petróleo
que en Caracas comida.
El
primer “regalito” que nos dieron fue esa fulana constituyente que ninguno de
nosotros estaba pidiendo, que no era necesaria ya que tenemos “la mejor
Constitución del mundo” (defunctus dixit),
acerca de la cual no nos pidieron opinión —solo nos dijeron: “estos son los que
ya yo escogí; a ustedes solo les queda decir en que orden van”—, en la cual,
propiciado por el mismo que la “convocó”, se violó por primera vez en Venezuela
el principio de “un ciudadano, un voto”.
Porque si alguien podía probar que era aborigen y empresario, tenía
derecho a emitir tres votos. Así
estarían de desesperados el nortesantandereano y su combo que pasaron por
encima de, para ellos, “exquisiteces constitucionales” y contando, una vez más,
con la vista gorda de los muy rectos magistrados y el contubernio de las cuatro
vírgenes vestales del ministerio electoral, impusieron esa “elección” que no
era tal. Y por lo cual, casi ningún país
del mundo reconoce ese malparto “asambleario” como legal. Ni, mucho menos, constituyente.
Después,
para intentar lavarse la cara —sin notar que tienen el trasero sucio—
convocaron dos elecciones, una detrás de la otra. Convocatorias incompletas porque todavía los
diputados regionales y los concejales de todo el país siguen sin ser
relevados. La cuenta de los complotados
en esa forma de accionar era bien elemental: “donde ellos (la oposición) ganen,
tenemos los legislativos que les van a entorpecer cualquier iniciativa que
tomen; en los lugares donde ganemos los rojos, conservaremos los mismos
obsecuentes que confirmen sin discutir cualquier medida que les mandemos”. Por descabellada que esta parezca, y sin
importar la insuficiencia de fondos para realizarla, agrego yo.
El
párrafo anterior nos lleva a otra de las desfachateces que con tanta
prodigalidad reparte “Audi” Rodríguez.
En rueda de prensa se jactaba de que en 140 días se había, realizado
tres elecciones (haciendo creer que “elecciones” y “democracia” son
sinónimos). Olvidaba Jorgito que la jefa
de las fair ladies del ministerio
electoral, pocas semanas antes, se excusaba de no poder continuar con el
proceso revocatorio por falta de fondos y de tiempo. Y que idéntica opinión emitió cuando se le
pidió que actuara en las primarias de la oposición. Descaro; pero más que todo, impudicia. Pero, por sobre lo demás, dicen por ahí, sed
de venganza. Él y su hermanita no se han
quitado de encima el recuerdo de la muerte de su padre. Alevosa, lo reconoce todo el mundo. Pero él, que es psiquiatra debiera hacerle
caso al viejo aforismo latino: medice, cura
te ipsum (médico, cúrate a ti mismo). Es decir, antes de atender a sus pacientes,
debiera verse introspectivamente, tal como es, con sus virtudes (que debe
tenerlas) y sus defectos (que son mucho más notorios).
Y
así pudiera seguir narrando cosas, pero no me queda espacio sino para glosar la
más reciente vesania del régimen; una que a más de uno nos ha puesto el corazón
como una pasita: lo de la retención en Maiquetía de más de un centenar de niños
que —provistos de todos los permisos y papeles necesarios— debían viajar a
reencontrarse con sus padres en Perú.
Otra venganza ramplona de unas “autoridades” de pacotilla en contra de
quienes han tenido que huir de Venezuela y de su maligno régimen. Avaladas por alguien tan dudoso como eso que
dicen que es el fiscal general; el tipejo justificó la anulación de los
pasaportes y la interdicción del viaje de los niños porque el caso “pudiera
vincularse con delitos de trata de menores”.
¡Hágame usted el favor! Todos los
que actuaron, desde quien emitió la orden, pasando por quienes la justificaron
y llegando hasta el humilde funcionario que (cuidado si a regañadientes)
estampó las anulaciones, lo que hicieron fue adelantarse en el calendario. Porque la medida de Herodes en contra de los
niños sucedió un enero…
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