Columna del General Seijas Pittaluga
Es
el tiempo de la economía del voto
El
fenómeno está aconteciendo en toda Venezuela y puede dar al traste con las
aspiraciones de seguir rebanando las esferas de poder que todavía mantiene el
régimen por la complicidad de dos poderes que se supone deben ser autónomos
pero que, en la realidad, no pasan de ser oficinas subordinadas al Ejecutivo:
el Tribunal de la Suprema Injusticia y el ministerio electoral donde mangonean
a sus anchas las “honorables damas” designadas por el PUS para que lo
favorezcan desvergonzadamente en sus trácalas comiciales. Como yo lo veo, ese fenómeno es una
consecuencia de la pérdida de prestigio que ha venido sufriendo la MUD por las
ya no tan ocultas negociaciones de algunos de sus líderes con el régimen. En razón de eso, ¿ex profeso?, en la mayoría
de los municipios no hay un solo candidato que represente a los opositores,
sino que hay una inmensa cantidad de aspirantes; unos con cierto reconocimiento
popular, liderazgo y sapiencia de la gerencia pública, y otros que son
perfectos desconocidos pero que quieren hacerse célebres, o que reciben el
apoyo solapado de ciertas organizaciones para aprovecharse del río
revuelto. En uno y otro caso, el
resultado será la división de la votación que hace desperdiciar los sufragios y
el mantenimiento de los rojos en el desgobierno de muchos municipios.
Pongo
un ejemplo de lo que ya pasó y puede volver a acontecer a lo largo y ancho del
país. Y gloso este caso porque es uno
que conozco bien, ya que sucedió (y puede volver a acontecer) donde yo vivo
hace más de tres décadas: Valencia.
Ocurrió
en las elecciones para alcaldes de 2008.
La aparición de una candidata inyectada artificialmente solo sirvió para
dividir el voto opositor. Muchos
formadores de opinión y columnistas señalaron por varias semanas la
inconveniencia de mantener esa candidatura que solo serviría para regalarle la
alcaldía a los rojos. Yo, por lo menos,
le dediqué mis artículos a esa insistencia cinco semanas seguidas. Para nada: la candidata continuó, y escindió
los votos opositores. El resultado: ganó
el candidato robolucionario —y empleo bien el adjetivo: hoy está condenado por
robo descarado de los fondos municipales, pero como es “camarada” no está tras
las rejas sino pagando la sentencia desde su casa (de la cual sale con
frecuencia a hacer jogging sin que
autoridad alguna se dé por notificada).
Recibió una alcaldía que funcionaba de maravillas, con poca burocracia,
que tenía ingresos abundantes que eran invertidos en el mejoramiento de la
ciudad. A las escasas semanas de asumir
el cargo, el alca Parra —imitando al pródigo malversador que desde Miraflores
repartía a manos llenas los dineros nacionales (que es lo que nos ha traído
hasta la crisis actual) — había más que cuadruplicado la nómina municipal; la
comandita conformada por él y su hijo se “otorgaron” la parte del erario
dedicado a construcción y mantenimiento; pintarrajearon la ciudad con colores
absurdos donde prevalecía el rojo, of
course;
Y
reemplazaron la heráldica sobria, elegante, de siglos, que identificaba a la
ciudad, con otra cursi, de mal gusto, tergiversadora de la historia (que son
casi un leit motiv del partido
oficialista). Desde ese tiempo, Valencia
no ha podido levantar cabeza.
Ni
la levantará si, por lo que describí anteriormente —en lo que por aquí llaman
“el síndrome Dayana”—, se divide el voto nuevamente. Ganará el rojo que trajo importado Lacava
—quien, tras la sucesión de catástrofes sufridas en las redes eléctrica y de
aguas, ya lo llaman “La pava”—, que no llena los requisitos que exige la Ley de
tres años de residencia en el municipio —y que no sabe siquiera dónde queda Los
Taladros— pero sobre lo cual, las arpías electorales se hará las locas.
Ese
fenómeno puede suceder en toda Venezuela.
Aun en municipios tan pro democracia como Baruta y Chacao. En el primero compiten seis opositores; los
rojos llevan uno. Cualquiera de los seis
seguramente lo haría mejor que el seleccionado por el dedo ciliaflorino, pero
puede perderse la votación si siguen divididos.
A estas alturas del juego, no basta con que retiren sus candidaturas;
porque las tipas aquellas van a darles largas al papeleo y no los van a borrar
del tarjetón para aumentar el porcentaje de votos nulos (ya pasó
recientemente). Se requiere que además
lo proclamen, persistentemente, a los cuatro vientos y que se dediquen a
acompañar en todas sus apariciones a quien haya quedado. Pero, aun así, el riesgo persistiría.
La
salvación estaría en apelar a la economía del voto: convencer de boca a orejas
a los indecisos para que, primero, vayan a votar, porque está en juego el lugar
donde viven y porque su voto es necesario por demás; y, segundo, que entiendan
que no es el tiempo de especular si una persona es o no la más conveniente o la
mejor; que lo que hay que hacer es consignar los votos por el opositor
demócrata que —porque ha llevado a cabo la mejor campaña, tiene más medios para
prevalecer, es el titular actual de la alcaldía y ya sabe cómo se maneja ese
carro, o por lo que sea— tiene más oportunidades de vencer al rojismo que se
nos puede venir encima. Esta semana es
crucial para convencer a todos quienes se nos pongan cerca. Lo necesitan ellos, sus familias y su
municipio. Vencer en las municipales es
aplicarle al régimen la teoría del salami: irles rebanando sus esferas locales
de poder para estar mejor situados a la hora de salir de ellos en las
elecciones que siguen: las presidenciales…

No hay comentarios:
Publicar un comentario