Columna de Luis Vicente León
¡Que no lluevan más balas!
Durante el mes de enero no llovió agua en Venezuela, pero
llovieron balas. Lo visto esta semana en la cárcel de San Antonio, en Porlamar,
y el nuevo ranking publicado por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública
y la Justicia Penal, que ubica a tres ciudades venezolanas entre las diez más
violentas del mundo; además de dejar muy mal parado a nuestro país
internacionalmente, genera más preocupación y angustia en los venezolanos,
quienes nos vemos impedidos de transitar libremente por las calles, temerosos
de ser víctimas del hampa, pero que incluso nos sentimos amenazados en nuestros
propios hogares, mientras parece que los "privados de libertad"
tienen mucho más grados de libertad para tener armas de fuego y protección
policial que cualquier ciudadano común.
Como dice Francisco Allen, colega y amigo: es increíble que en un recinto penal, que en teoría debería estar diseñado y custodiado para evitar la entrada de cualquier tipo de armamento o drogas, los reclusos luzcan con total libertad y desparpajo sus AK-47, M-16, Fal y Glock 19. Pero no conforme con exhibir estas armas de alto calibre y uso restringido, más insólito resulta que tengan vía libre para soltar interminables ráfagas de tiros al aire -como tributo a su líder recientemente asesinado- ante la mirada pasiva de las autoridades civiles y militares encargadas de custodiar el recinto y la ciudad.
Estamos claros que la inseguridad y la violencia carcelaria no son nuevas. Desde hace años, cuando se les pregunta a los venezolanos cuáles son los principales problemas del país, la inseguridad aparece entre los primeros niveles. De hecho, en la encuesta Ómnibus de Datanalisis del mes de octubre, el 17,3% de los entrevistados manifestó, como primera mención, que el principal problema del país es la inseguridad personal, aumentando a 58,9% en el total menciones, únicamente superado por el desabastecimiento.
Quizás lo novedoso es el poderío mostrado por reclusos y la impunidad con la que operan. Antes también era común leer noticias sobre motines en las cárceles y las posteriores requisas. Sin embargo, en aquellos tiempos lo que se encontraba en los penales eran armas de fabricación casera, principalmente chuzos o en el peor de los casos chopos, no el tipo de armamento que se ve hoy en día, que en ocasiones es mucho más sofisticado y potente que el que tienen nuestras fuerzas policiales.
Por más que la ministra de Asuntos Penitenciarios se justifique diciendo que: "el hecho que uno tenga una cárcel controlada no quiere decir que no se presente una situación de violencia... "; lo ocurrido en la cárcel de San Antonio no tienen razón de ser y deja en evidencia la ineficiencia y desidia en el manejo de las cárceles en Venezuela.
Aunque el debate nacional en la actualidad se centra en el ámbito económico, en el medio de una crisis de gran magnitud, puesta de manifiesto en una inflación desbocada, colas interminables para comprar y escasez en la mayoría de productos básicos y medicamentos; no podemos dejar a un lado el problema de la inseguridad, pues semana a semana se cobra la vida de cientos de venezolanos. Y no hay forma de atacar la inseguridad sin elevar el porcentaje de riesgo que tienen los criminales de ser apresados y castigados. El problema es que el sistema policial no funciona. El legal menos aún y, lo que muestra el carcelario deja impactado al más pintado.
Pero debo confesar que lo que más me impactó personalmente de este lamentable suceso no fue el video y las fotos de los reclusos disparando su armamento militar, sino la imagen de una calle en Margarita, llena de gente, como en procesión, en la despedida del líder de la cárcel fallecido. ¡Dios mío!
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