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domingo, 17 de enero de 2016

Columna de Luis Vicente León De lo que nos podemos sentir orgullosos

Columna de Luis Vicente León

De lo que nos podemos sentir orgullosos

Con ese título, obviamente no voy a escribir ni de la política ni de la economía venezolana, que generan en la mayoría de nosotros exactamente el sentimiento contrario. Quiero volver a contarles mi experiencia personal en la procesión de la Divina Pastora. Como todos los años, vine desde Caracas a Barquisimeto el 14 de enero a esta manifestación maravillosa, de fe y de pueblo, que todavía logra emocionarnos como la primera vez, a mí, a mi esposa (que es de aquí) y a mis hijos que han venido a rendir homenaje a la Virgen 11 veces en sus 11 años. 


En esta manifestación de fe, que es la tercera devoción mariana más importante en el mundo después de la Guadalupe y la Virgen de Fátima, pero la procesión más grande del mundo (considerando que a la Fátima le hacen peregrinación y a la Guadalupe romería), los asistentes tenemos un encuentro con una combinación espectacular de tradiciones eclesiásticas y de la cultura popular como quedan pocas en Venezuela. Es la posibilidad de asistir a la integración de una sociedad completa, sin distingo de clases ni preferencias políticas, que toma la calle.


La calle, ese espacio infinito de la ciudad que hemos perdido de nuestro día a día debido a la inseguridad y a la desidia, pero donde todavía somos capaces de tomar y coincidir cuando un tema potente nos une y nos emociona. En este caso hablo del milagro de caminar alegres y emocionados al lado de cientos de miles de personas que quizás no hemos visto nunca antes, pero que se vuelven comunes y cercanas porque están convocadas por la misma emoción y que dicen presentes con el mismo objetivo que tú, rendir homenaje a la Virgen, pero también a la ciudad, a su gente y a la vida.


La procesión de la Divina Pastora es un encuentro con el país que queremos. Ese que logra ponerse de acuerdo y coordinar para proteger a su gente, donde uno cuida del otro dándole agua, frutas, bebidas energéticas. Ese que se llena de música para honrar a la patrona, pero también a sus visitantes. Ese donde los edificios se adornan para mostrar lo mejor de cada quien. Ese país llega e inunda cada espacio cuando la Pastora pasa y no importa si eres o no un fiel comprometido: sientes la fuerza de esa Virgen que logra lo que ni los políticos ni los partidos ni los gobernantes ni los líderes políticos han aprendido a hacer: emocionar al pueblo entero y hacerlo sentir lleno de esperanza, optimismo y fe.


A lo mejor a un porcentaje muy alto de quienes están ahí les cuesta mucho ir a misa, pero el contacto con el otro que se tiene en este recorrido nunca pasa desapercibido en las vidas de quienes lo hayan experimentado. Las calles de Barquisimeto se vuelven propias. A más de uno le pasará como a mí, que siendo hijo de la Virgen de Regla, en mi pueblito tovareño y de la Virgen del Valle, al lado de quien nació mi papá, nunca dejo de sentirme este día como el más guaro de los caminantes que van desde Santa Rosa a la Catedral.


Ojalá hubiese miles de Pastoras que lograran que cada una de sus ovejas de todos los colores entendieran lo importante del rebaño, la fuerza que tienen las manadas. Aunque a veces tengan que darle su bastonazo a las que se descarríen.


Al final, cuando todo termina, también emociona ver cómo los gobiernos regionales son capaces de limpiar la ciudad, cuidar a sus ciudadanos y celebrar con el pueblo todo el hecho de que, más allá de nuestras diferencias y preferencias diversas, todos tenemos más cosas en común que asuntos que nos separan.



Caminar con la Pastora me llena de alegría y de esperanza, porque me recuerda que no importa lo que estemos pasando, juntos, con un objetivo común y con la fuerza del corazón... claro que sí se puede. 


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