El
chofer en la Gran manzana
Humberto
Seijas Pittaluga
¿Cómo
puede uno escribir en estos días haciendo abstracción de las “gloriosas
jornadas” llevadas a cabo por el ilegítimo en los diferentes sitios a los
cuales fue en la isla de Manhattan? Y
del Bronx, porque para él sería imposible terminar un día sin apelar al
populismo aunque fuese una sola vez. Al
comentario de esto es que quiero dedicar las ochocientas palabras que me
faltan.
Empecemos
por el comienzo: la salida desde Maiquetía.
Mientras el papa Francisco, para cubrir una agenda más extensa, pues
fueron varias ciudades y en dos países, Su Santidad se hizo acompañar de solo
veinte personas y siempre utilizó aviones de aerolíneas. El de por aquí, no: tenía que montar en el
avión de Cubana –que uno por fin no sabe si es cubano o las letras son para
despistar en la compra de otro avión de cuerpo ancho con dólares venezolanos- a
una runfla de enchufados y de parientes.
Todos prebendarios. Aunque no
debiera sorprendernos, porque cuando va con la mano extendida, pero con la
palma hacia arriba, a pedirle plata a sus panas Xi Jinping y Vladímir Putin, también se lleva a una runfla de
familiares, enchufados y ministros.
Dicen las malas lenguas que en esos viajes esos especímenes ne-ce-si-tan
ir porque tienen que abrir cuentas bancarias, depositar las más recientes
coimas obtenidas y asegurarse unos pieds-à-terre, bien confortables y equipados, para cuando
les toque poner los pies en polvorosa.
Pero, ¿Qué hacía alguien tan impresentable como la Fosforito en la
comitiva? ¿Iba a explicarles a las
autoridades carcelarias del estado de Nueva York cómo es que se impone la paz
en las cárceles? ¿O fue a contarles lo
sabroso que se pasa en la cama con un pran?
¿Y a cuenta de qué estaba Nicolás Ernesto, el Junior, dentro de la
delegación? Porque el cargo que le
regalo el papá –y que le queda inmenso- nada tiene que ver con las relaciones
internacionales. No sería a enseñar a
tocar flauta –que es lo único que medio sabe hacer- a los músicos del Carnegie
Hall. Ellos sí que se le reirían en la
cara, sin importar cuantos espalderos lo acompañaran. Como esos dos ejemplos, muchísimos más iban
en séquito (o, más bien, comparsa), pero
no es para mencionarlos a todos porque se me acaba el espacio y me falta lo medular:
el discurso ante la Asamblea General. O,
pensándolo mejor, ante un diez por ciento de esa corporación -y estoy siendo
generoso- porque lo que mostraban las fotos era una soledad asombrosa.
Además de los
cuentos de camino de siempre –porque a lo mejor creía que los representantes en
las Naciones Unidas son del mismo calibre que los diputados de su partido en el
Consejo Legislativo de Delta Amacuro- tuvo la cachaza de exigir una nueva
ONU. Porque la actual está mal
constituida. Está cumpliendo 70 años, ha
ayudado a resolver muchísimos conflictos internacionales, por ella han pasado
luminarias, pero hay que acabarla y arrancar de cero. ¡Y lo propone quien tiene
a Venezuela, toda, convertida en un rancho!
Uno de las mismas que el que tiene él en la cabeza. ¡Hay que tener chutzpah! (para usar, ya que estaba en Nueva York, una palabra del
yiddish, tan oído en esa ciudad). No ha
sido capaz de organizar un gabinete ministerial que sirva, que no robe tanto y
que tenga algo en la mollera, y va a la ONU a enmendarle la plana a casi
doscientas delegaciones y reclamar una nueva forma organizacional.
La
otra cosa notoria en el discurso fue la “participación”, a los cuatro gatos que
estaban presentes, de que tiene la información de que la oposición podría apelar
a la violencia el día de las elecciones.
Ese no es sino uno más de los muchos bulos que pone a correr para
amedrentar a los timoratos. En todos,
tiene pruebas del complot para asesinarlo, para derrocar a su gobierno, etc.,
pero nunca los muestra. Esta vez no es
distinto. Es solo una apelación al ardid
de gritar: ¡Al ladrón, al ladrón! para que la gente busque culpables en otro
lado. Pero con un agravante: también
puede ser una añagaza para justificar los desmanes que la Sala Situacional del
G-2 le haya ordenado preparar para el día de la inmensa derrota, el 6-D. Y ya salieron unos cuantos paniaguados a
repetir la conseja. Aquí en Valencia,
desde donde escribo, ya salió un diputado -que uno tenía como el más seriecito
de la manada roja- a decir que la oposición piensa hacer guarimbas en las
fechas cercanas al día de las votaciones.
Para que lo sepan él y todos los que son como él; en dominó hay un
precepto: juego ganado no se tranca. Los
que estarían muy dispuestos a darle una patada a la mesa y un palo a la lámpara
son los que se saben vencidos. Pues les
tocará sobarse las escaras mentales mientras cantan la palinodia.
Se me
acabó el espacio, ¡y tanto que me faltaba por comentar! Desde la “locha” que echó la primera
combatiente mientras hablaba el Papa -¡claro, para ella, Francisco no le da ni
por los tobillos a Sai Baba!- hasta las frases cursis que abundan en la
peroración oficial, como eso de “la siembra de” para embellecer lo que no
quieren reconocer: que el pitecántropo barinés, Robert Serra, William Rara y
otros ejemplares parecidos pelaron el pedal.
Tocará en otra ocasión…
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