COLUMNA DE EDDO POLESEL
LA INFLACIÓN LLEVARA AL DEFINITIVO
COLAPSO
Eddo Polesel
La inflación
es como la tos, que es imposible esconderla, se hace más difícil tapar cuando
va creciendo y muchos menos se puede esconder cuando se acerca a la hiperinflación,
es un fenómeno dañino porque causa efectos destructivos tanto en las áreas
sociales que dependen de un salario, por cuanto los precios suben por el
ascensor mientras los sueldos salen por las escaleras; y, esa destrucción
ocurre en cualquier país independientemente del tipo de gobierno, cuando la
autoridad monetaria no es capaz de controlarla manteniendo los equilibrios
entre demanda y oferta de bienes transables. Se transforma en un ciclón cuando
es producto de dos factores que la retroalimentan; se inicia con un excesivo
gasto fiscal y se complica cuando se llega a los extremos de recurrir, en forma
sistemática, a la emisión de papel moneda, sin respaldo lo cual se convierte en
una política suicida.
Fenómeno perverso que produce fuertes tensiones sociales por cuanto, frente a una elevación de la demanda de bienes y servicios se produce inevitablemente una escasez que se hace siempre más crítica en la medida sé que se abre la tijera, más circulante y menos bienes disponibles. Ese efecto dañino se complica en extremos, imposible de dominar, cuando se pretende evitar sus consecuencias con coercitivos controles de los precios, los cuales son violados de las más variadas formas; la más frecuente, con la aparición del mercado negro y quienes, en el siglo XXI, siguen adoptando esa práctica perversa no se han leído la publicación de COSECOMERCIO en la década de los setenta del siglo pasado, 40 SIGLOS DE CONTROLES DE PRECIOS en la cual se reporta que, entre otros factores, estos fueron las causa de la caída del Imperio Romano y de una secuela de ejemplos hasta nuestros días.
La inflación es una perniciosa enfermedad que no es nueva ni exclusiva de la Venezuela actual, sin embargo al comparar las devaluaciones de la “cuarta” (1958-1999) con la de la “quinta” (1999-2015) podemos darnos cuenta, por la magnitud de esos cambios, del vendaval que ha caído en estos años de revolución. En efecto, en los cuarenta años de los gobiernos civiles del 3.35 en 1960 pasamos 4.70, 1984 a 7.50 en 1989 a 38.63 y en 1994 a 111,79.
Con la “quinta” (1999-2015) en 2002 llegamos a 573.98 en marzo 2005 a 2.150 y fue cuando el bolívar “bajo” a 2.15, llamado el Fuerte -que no duro mucho- porque en marzo 2013 el 2.15 llego a 6.30 que sincerado equivaldría a 6.300. A marzo 2015 se establecen tres tipos de cambio: manteniendo el 6.30 (6.300), un segundo cambio Sitme a 60 “teóricamente” por cuanto casi no ha sido aplicado; un tercero Simadi, que abrió a 170 y que a finales de marzo supero los 190 y el cuarto -libre- que abrió sobre los 200 y que ya llego a 250. Si lo sinceramos los cuatro tipos de cambio son: 6.300, 60.000, 190.000 y 250.000; y esto ha ocurrido en tan solo dieciséis años lo que ha producido un deslave, que cayó sobre las actividades económicas, inundando de bolívares un limitado mercado de oferta de bienes.
El mantenimiento de esta situación cambiaria lejos de solucionar los problemas que ha creado un manejo económico -para decir poco- inadecuado e insostenible contribuirá en hacer aún más crítico el cuadro de extrema crisis, entre otras, por las siguientes razones: los tres cambios más elevados solo servirán a paliar las necesidades más apremiantes, pero con una fuerte repercusión en los precios de la mercancía que se importe con esos tipos de cambios; por otra parte, el mantenimiento del 6.30 continuara siendo el caldo de cultivo para la corrupción, lo cual aunado a los controles de precios, que obligan a vender barato frente a una demanda elevada, induce a aumentar el consumo; la escases genera mercado negro interno, vulnerando los controles de precios- y, finalmente, mantiene los estímulos al mercado de extracción. De esta forma continuara un sistema que retroalimenta el descontento existente, frustra las expectativas y no contribuye, sino todo lo contrario, a la ansiada normalización de la situación con medida de saneamiento económico indispensable para convivencia pacífica.
Todo esto y mucho más ha ocurrido en un periodo en el cual los ingresos -petróleo endeudamiento- han superado el billón de millones de dólares y ahora nos encontramos en una seria contingencia, sin reservas; con bajísima reservas liquida en BCV; con elevada liquidez a causa de un gasto público fundamentalmente dirigido al consumo de bienes transables; con una escasa producción nacional por los castigos aplicado en estos dieciséis años a las actividades privadas; con un servicio de salud pública en condiciones físicas desastrosas, sin medicina ni insumos para la atención de enfermedades, con una escasez de médicos y auxiliares; con una peligrosa merma en la escolaridad de primaria y secundaria, con una alta sinistrabilidad y el trafico interurbano y con un índice de homicidio que no amaina.
Más allá de las explicaciones que se le pueda dar o de las razones que se puedan alegar para justificar las causas que originaron el cuadro de dificultades, su existencia en el tiempo está a demostrar que el modelo Politico-Economico ha sido un rotundo fracaso tanto en el plano interno como en el Internacional por lo tanto, es un imperativo que se restablezcan las condiciones para la gobernabilidad con una Administración Pública de rigor.
A esto se deben dedicar las fuerzas sociales y políticas para enmarcar las acciones que restablezca un Régimen de Derecho Democrático perfectible que reúna las fuerzas civiles, gremiales, políticas, castrenses e institucionales para la recuperación moral y material del país.

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