De inflaciones
Humberto Seijas Pittaluga
Un lector me envió su opinión en
relación a mi artículo de la semana pasada.
Era un escrito en el cual —basado en un escrito de Mauricio Macri, jefe
del gobierno de la ciudad de Buenos Aires y (ojalá) posible sucesor de Kristina
en la Casa Rosada— yo explicaba que dentro del territorio venezolano caben unos
ocho países del primer mundo, todos ellos con menos riquezas materiales que el
nuestro, pero envidiables por su prosperidad, la calidad de vida de sus habitantes
y su respeto por el Estado de Derecho.
Lo que me decía el amigo lector era, entre otras cosas, que: “Lo que no
dice el artículo es cómo Argentina puede levantar cabeza con cuatro
hiperinflaciones en apenas a partir del año 1970 (…) Tampoco puede levantar cabeza nuestra
Venezuela con esa orgía de devaluaciones e inflación (…) de dos dígitos. Así
son las cosas, ya por cierto Argentina no quiere publicar las cifras sobre la
pobreza relativa; hace años que cambió la metodología para medir la inflación. Es como el marido engañado que vendió el sofá
para evitar los cuernos”.
Bien gráfica la explicación y
muy certera. No me quedó sino darle la
razón y tratar de justificarme con una excusa, la más inane de todas: “…usted
entenderá que en 900 palabras no es mucho lo que pueda uno argüir”. Y le añadí un par de ejemplos de países en
los que, después de unas descomunales inflaciones, levantaron cabeza y hoy
tienen estabilidades económicas envidiables.
Y rematé mis “justificaciones” con un: “Sin embargo, creo que es
posible salir de crisis económicas, aun de las más graves. Brasil, Perú y Bolivia lo hicieron después de
sus cataratas de hiperinflaciones, España e Irlanda están saliendo, Islandia lo
hizo también. La receta implica
disciplina y penurias; no hay otra. Y
nosotros no tenemos mucho de la primera y a nadie le gusta pasar por la
segunda. Pero es posible. Pasa por un gobierno fuerte, eficiente, honrado y con
moral suficiente para exigir sacrificios. Es aquello de lo ingleses llenando la
bañera solo una cuarta de agua durante la Segunda Guerra porque estaban seguros
de que, en palacio, el rey hacía lo mismo”.
Me ratifico en lo que
escribí. El drama venezolano sucede, en
mucho, porque en palacio no hay un Jorge VI, que daba el ejemplo; que durante
los graves bombardeos alemanes, bien podía haberse replegado con su familia a
Windsor, Balmoral o cualquiera de los otros palacios que tenía a su
disposición, pero se quedó en Londres, acompañando en sus penurias a sus
paisanos. Desgraciadamente, en Miraflores
tenemos un ignorante inmoral, rodeado de una caterva de incapaces para decidir
lo que es conveniente para la nación, pero ladronazos como ellos solos. Parece mentira, es casi de Ripley, que un
tipo que fue presidente de la Asamblea Nacional, ministro de Relaciones
Exteriores, vicepresidente y lleva más de dos años de presidente no haya
aprendido nada, ni de economía, ni de política.
Ni siquiera ha asimilado lo relativo a la decencia en el trato, que es
primordial en alguien que se las echa de jefe de Estado. Pero, ¡claro!, nunca tuvo a un maestro, sino
todo lo contrario: un deformador de mentes.
Todos los venezolanos tenemos viva la imagen de la reina Isabel II,
retrocediendo asustada, cuando el demiurgo de la locha, quien había ido a
visitarla, abrió sus brazos, puso su sonrisa de galán más que sobrado, casi
diciendo, “ven, que papi te espera; y si no fueras tan vieja, te daba lo tuyo…”
Pero salgo de la digresión y
regreso a lo que intento decir de acuerdo al título de más arriba: el país está
como está, en la carraplana, porque los rojos no se conformaron con convertir a
la industria petrolera en un instrumento para la política chichera y en la caja
chica del régimen, sino que le echaron mano a las reservas nacionales para
cualquier cosa menos para el desarrollo, y al Banco Central para emitir dinero
sin respaldo con el cual mantener a las masas ignaras contentas en las colas de
la escasez (a fin de cuentas, en mucho, ese dinero no se lo sudaron sino que
fue el producto de su sumisión ante los desmanes del régimen). Cosa que no es de ahora: comenzó cuando el
difunto fallecido todavía mangoneaba. ¿O
es que ya se nos olvidó lo del “millardito”?
Es que al pitecantropus barinensis se le olvidó muy rápido aquello que se
había propuesto en su primer plan económico: usar a la industria petrolera para
lograr “un sistema económico competitivo que (…) genere productos capaces de
satisfacer las necesidades de la población y competir con las mercancías
extranjeras”. En ese mismo documento,
también admitía que “las fluctuaciones de nuestra moneda afectan negativamente
a la población, lo que significa una confiscación de los recursos a los
sectores más vulnerables”.
Pero prefirió seguir las
recomendaciones del carcamal cubano e imponer la ideología comunista sin importar
cuánto destruía a nuestra economía y, con ella, a la población. Hoy, causado por el Héroe del Museo Militar,
y agravado por las sandeces muy seguidas de su “heredero” vamos desmachetados
hacia una hiperinflación. De la cual saldremos, estoy seguro, como
salieron Perú, Bolivia, Argentina y Brasil
en sus tiempos (aunque estos dos últimos, por ponerse a seguir la receta
populista, ya empezaron a inflarse).
Pero una condición sine qua non, es salir de este régimen
incapaz y de la cuerda de ladrones enquistados en la toma de decisiones. No podemos perder de vista, tampoco, que no
estamos en una democracia, que lo que tenemos no es sino una fachada para que
quienes nos ven desde otros países se engañen; que un país sin un sistema de check and balances, sin poderes
autónomos, sin instituciones serias que tomen en cuenta que tienen una
responsabilidad ante los ciudadanos, no puede ser una democracia; que desde
hace mucho tiempo estamos ante una dictadura de nuevo cuño: una que llega por
medios democráticos al poder para luego, desde allí, implosionar el Estado de
Derecho…
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