Más no, mejor…
Humberto
Seijas Pittaluga
El
apotegma, en todas partes, siempre ha sido: “tanto mercado como sea posible,
tanto Estado como sea necesario”. Menos
por estos lados; aquí, el régimen se guía con un peculiar: “tanto Estado como
podamos imponer; y el mercado, tirando a mínimo, solo lo esencial”. Somos testigos de que esa receta les ha
fallado innumerables veces; pero mientras los necesitados (y los bachaqueros)
están en las inmensas colas, a pleno sol, los voceros del oficialismo amenizan
las esperas con explicaciones acerca de las ventajas del “Socialismo del siglo
XXI”. ¡Mentiras! Ese fulano postulado lo
que refleja es un resabio de socialismo real que impera solo donde las masas
pueden ser engatusadas con promesas pomposas pero de difícil concreción.
Los
rojos no pueden ver un empresario que haya tenido éxito porque lo hostilizan,
lo vilipendian, lo fuerzan a la quiebra y, sin explicación sensata alguna, lo
expropian. ¡Y cuidado si, además, no se
lo llevan preso con delitos inventados y pruebas deleznables! Apenas se roban el negocio —María Corina le
explicó muy bien al difunto fallecido que “expropiar sin pago es robar”— ponen
a un áulico a “gerenciarlo”; y el tipo lo que hace es desbarrar: por un lado,
sisa todo cuanto puede (y le pasa un porcentaje a quien lo designó); y, por el
otro, toma unas decisiones tan absurdas que ni un estudiante de primer año de
Administración se atrevería a avalar.
Ejemplos hay por miles; baste recordar cómo funcionaban antes las
empresas de Guayana, Agropatria, Lácteos Los Andes, las fincas del Sur del
Lago, los fundos de la “compañía inglesa”, etc.
Todas
esas empresas quebradas por el desgobierno son una rémora que no deja progresar
al país; la nación entera paga por esa ineficiencia. De dos maneras: por los impuestos que debían
ser destinados a mejorar las instituciones y la infraestructura pública pero se
van en subsidiar esos pozos sin fondo; y por la plata que debemos sacar de
nuestros bolsillos para compensar las falencias en los servicios de sanidad,
organismos de seguridad e instituciones educativas; que debieran emular a las
del Primer Mundo pero que cada vez más se parecen a las del África
Subsahariana.
No
necesitamos más Estado, sino uno mejor.
La nómina oficial ha crecido exponencialmente en estos largos 16
años. Para nada, porque cada vez el
aparato se mueve más lenta e ineficientemente.
Y eso que crearon un ministerio para combatir las tramitaciones
superfluas, y se lo asignaron a quien resultó ser el mejorcito de los gerentes
rojos. Varios meses después, no se nota
la diferencia: sigue la tramitomanía excesiva y continúan los viacrucis de las
decenas de formularios repetitivos que hay que presentar en múltiples
ventanillas. No escapa trámite alguno, por ínfimo que sea. Parece que ese señor también se contagió de
poltronismo. Mover una carga desde una
de las pocas fábricas que todavía producen —o desde un puerto, cosa que ahora
es más usual— hasta el comercio que debe detallar esos bienes al consumidor
final, implica ingentes cantidades de tiempo y dinero. Las abundantes “tasas parafiscales” (para
decirlo en lenguaje fisno) encarecen los productos; pero el régimen no reconoce
estos desembolsos. Y aunque sabe que
nuestros funcionarios son más parecidos a los piratas somalíes que a cualquier
otra cosa, sigue (ciego selectivo) haciendo ver que parecen daneses o
neozelandeses.
Los
rojos siguen con el rasero de igualar por debajo, la fórmula perfecta para
empobrecernos a todos. La “igualdad” es
su guía. Y para imponerla, no les
preocupa lo más mínimo acabar con la “libertad” y la “fraternidad”, sus
compañeras de viaje desde la “Declaración de los
Derechos del Hombre” de 1789. Es
el recetario impuesto por Stalin y Fidel.
Pero ellos vivían mejor que cualquiera de sus conciudadanos. Con casas lujosas, residencias de verano y
coches nuevitos. Las escuelas donde
fueron sus hijos, las alacenas surtidas de todo y las clínicas en los cuales
deben ser internados lo que hacen es demostrar que la realidad “socialista”
(del siglo que sea) es idéntica a la novela de Orwell.
Ineficientes
y ladronazos es lo que han resultado estos “salvadores de la patria”. Se roban hasta un hueco. Y después vienen a llevarse el agujero que
quedó. Pero los jueces y fiscales están
muy ocupados persiguiendo y aherrojando opositores. Los dineros aparecidos en el HSBC recientemente y en Andorra ahora, no les quitan
el sueño. Como no se los quitó la muerte
del prisionero que estaba en el SEBIN por el “delito” de llevarle agua a unos
manifestantes y que fue “suicidado” la semana pasada. Serán delitos sin delincuentes. Pero, claro, se trata de compañeritos. Y a estos, ni con el pétalo de una rosa.
Nos urge un mejor Estado, donde impere la separación de
poderes y haya magistrados virtuosos.
Porque el país se cae a pedazos.
La nómina ha ido creciendo sin cesar —como la corrupción, pues— y padece
de macrocefalia: hay más caciques que indios.
Pero el organismo social, en vez de producir los anticuerpos que eviten esos males, lo que ha
generado, en mucho, es “una nube anestésica de resignación”, para decirlo con
una frase afortunada de Marcos Aguinis.
Creo que fue Malraux quien dijo que “los países no sólo
tienen los dirigentes que se merecen, sino los que se les parecen”.

No hay comentarios:
Publicar un comentario