COLUMNA
DEL GENERAL SEIJAS PITTALUGA.
Sesquipedalia
Una
historia de cuatro ciudades
Humberto
Seijas Pittaluga
“Fusilo” descaradamente el título de una novela de
Charles Dickens para relatar unas experiencias que tuve recientemente cuando
viajé a los extremos suroccidental y nororiental de Venezuela. Por un lado, visité la isla de Margarita y la
ciudad de Cumaná y, por el otro confín, estuve en San Cristóbal y San
Antonio. Las similaridades y algunas
notorias peculiaridades entre esas ciudades es lo que intento glosar hoy. O sea, algo parecido a lo que hizo Dickens
con Londres y París. Eso sí, guardando
las distancias tanto entre esas dos capitales y las ciudades de mi comentario,
como entre la excelente prosa de míster Charles y los garrapateos de este servidor.
El inglés comenzaba “A
Tale of Two Cities” con aquellas memorables líneas de: “It was the best of times, it was the worst of times...” y
seguía con un machacante empleo anafórico de ese “it was” para contrastar lo
admirable y lo despreciable de esa época.
Lamentablemente, por estos lados, y en estos tiempos, al hacer un
intento de descripción, pareciera que habría que dejar de lado las
enumeraciones virtuosas que hacía el inglés: sabiduría, fe, ilustración y
esperanza, porque lo sensato sería insistir en los sustantivos negativos de la
narración: insensatez, oscuridad, desconfianza.
Es que, en verdad, estamos en el peor de los tiempos.
En las ciudades venezolanas hay cosas que se repiten: una
es la inmensa cantidad de metros cuadrados pintados de rojo haciendo propaganda
ventajista desde el poder —recordemos que esa pintura sale del erario; o sea,
que velis nolis la pagamos los
ciudadanos—; lo único que cambia son los nombres de los candidatos. Otra, es el atiborrante despliegue de fotos
del difunto; se nota un descarado intento de crear un mito similar al que
sufrimos de Bolívar, solo que con alguien que no construyó, como don Simón,
sino que destruyó. ¡Ojo!, no me opongo a
la realidad histórica del Padre de la Patria, con sus cosas buenas y malas; lo
que me choca es el intento reciente de dibujarlo socialistoide y moreno, siendo
que era liberal y blanco. Todo, para
asemejarlo a quien pretenden elevar a los altares como un impoluto, virtuoso,
valiente y justo patriota —siendo que era de todo menos eso—; asemejarlo, como
mínimo, a Sucre, pues. Otra, es la
cantidad de mercachifles, buhoneros y gorrones (porque pordioseros no son) que
obstaculizan el tránsito de peatones y automotores y que implica consecuencias:
montones de desechos mal dispuestos, hedores agobiantes, ratas y cucarachas por
montón; golpes a los ojos y al olfato que hacen invivible los centros de esas
ciudades.
Otra más son los puestos de control policial cada 20
metros que han instaurado para hacer creer que están obrando contra la
seguridad. Se llega a uno y hay que
someterse al escrutinio de un agente policial; cuando este autoriza continuar,
se debe pasar por las mismas interrogantes de otro agente de otra policía que
tiene otro control a escasos 20 metros del primero. Y cuidado si más adelante no hay otro puesto
donde un uniformado perteneciente a esa cosa inconstitucional que mientan las
milicias. En estos, la ordalía es peor
porque esos tipos no saben qué es lo que deben preguntar, qué documentos pedir
o, simplemente, qué hacer. Pero ahí
están, en lugares sin adecuadas marcaciones de alerta, como monumentos a la
insensatez e ineptitud oficiales.
En ambos extremos del país, y en el centro de la
geografía, los apagones ocurren con la
misma insistencia; todos, igualmente insufribles. Los reclamos vecinales por ese inconveniente
son diarios. Y llegan a algo que ya se
está pasando de maraca y ante los cuales, la autoridad nada dice, nada hace:
los cierres de vías. Cumaná estuvo dos
días enteros aislada porque los vecinos de Santa Fe (caserío que le queda
antes) decidieron protestar así.
Ahora, en el poco espacio que me queda, hablemos de
peculiaridades.
El suministro de combustible en el Táchira es de
horror. El fulano chip impide que los
tachirenses (y los turistas que van por allá) tengan los mismos derechos que
sus connacionales en otros estados. Lo
cual es inconstitucional. Todo el mundo
comenta que esa medida —aparte de hacer más millonario al rojo que inventó el
negocio— no sirve para combatir el contrabando; que no es en los carros
particulares donde llevan el combustible para Colombia; es en cisternas
enviadas por algún “chivo” y escoltadas por uniformados que va el matute.
En Cumaná se quejan de que dentro de dos años, la ciudad
celebrará 500 años de su fundación —la primera de todas en Suramérica— y no hay
estudios serios para convertir ese fasto en una oportunidad de progreso. Como, hasta hoy lo único que se sabe es que
le van a levantar una estatua al Héroe del Museo Militar, las fuerzas vivas
están preparando un documento de alerta y exhortación a las autoridades. Yo por mi parte —visto el adefesio polícromo
que dizque es Sucre y que pusieron en la entrada de la ciudad—, con toda la
seriedad que me caracteriza, propongo que el homenaje sea elaborado por el
mismo “artista”. Y que sea con un busto
ecuestre…

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